Capítulo 26

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-No te emociones, no estoy segura que me vaya a salir bien -le advertí a Valentino.

Hacía tanto tiempo que no preparaba la torta caprese de mi abuela que ya ni siquiera recordaba la receta, y me había dolido en el orgullo tener que pedirle Francisco que buscara por mí la receta en el recetario que había quedado en Buenos Aires.

-¿Cómo es que de pronto se te dio por volver a prepararla? -preguntó por el celular mientras revolvía cosas en mi departamento en busca del recetario de cocina de mi abuela.

-Nosé, sólo me dieron ganas de volver a comerla -respondí como restándoleimportancia, pero la verdad era que desde el día que había salido a cenar con Valentino, no había podido dejar de pensar en las recetas de mi abuela, en las tradiciones que había dejado olvidadas y que tanto extrañaba. Para ella, cocinar era demostrar amor, y yo quería demostrarle a Valentino que me importaba. Si no podía decirle con palabras lo mucho que me gustaba, tal vez entonces pudiera decírselo con esto.

Y si por la torta caprese no fuera suficiente, pensé en hacer también un tiramisú.

-Consideralo tu regalo de cumpleaños -le dije mientras ponía la fuente en la heladera.

-No, eso no vale, ya me regalaste una heladera... cosa con la que todavía no me siento cómodo, Mel... seguro salió mucha plata.

-No comiences...

-Yo sé que cuidas tu economía -insistió.

-¿De nuevo con eso? -pregunté irritada-. Sí, cuido mi economía, pero sucede que esta heladera la voy a pagar con la plata que me vas a pagar por hacer mi magia en tu casa... así que prácticamente la vas a pagar vos... ¿más tranquilo?

Él se sonrió complacido.

-Muchísimo.

La realidad era que, como había decido cerrar Casa Kühn, ya no iba a tener que renovar el contrato de alquiler que vencía en febrero, y la plata que tenía pensado destinar para pagar los próximos alquileres debía ser invertida en algo, porque tenerla guardada en el banco significaba perderla. A no ser que la invirtiera en algún plazo fijo, que era lo que hacía normalmente.

«Maldita inflación», bufé para mis adentros, ya cansada de tener que buscar alternativas para ganarle a la crisis económica.

Y ahora, lo único que me ponía más feliz que tener la posibilidad de trabajar en la casa de Valentino, era saber que ya no iba a tener que recurrir a Enrique para mantener abierto el negocio.

Habían pasado tres semanas desde que había terminado todo con él y, aunque le había dejado bien en claro que mi decisión era irrevocable, esa mañana me había despertado con un mensaje suyo en el que me pedía para vernos para conversar.

Le había estado dando vueltas todo el día a ese mensaje y, como no había sabido cómo responderlo, lo había dejado sin leer. «Y así quedará», pensé, algo asqueada.

Para ser sincera, aunque la incertidumbre por mi estabilidad económica me hubiera estado sacando el sueño las últimas semanas, desde que había dejado de verlo a Enrique, había sentido que me había pasado un peso de encima. Ser el juguete sexual de un tipo que me doblaba la edad y que estaba metido en la política y que tenía contactos de reputación no muy honorable, no sólo me hacía sentir incómoda, sino que me hacía sentir vulnerable.

Francisco y Camila no dejaban de repetirme que, aunque estuvieran convencidos que Enrique estaba enamorado de mí, yo no dejaba de ser su puta; y normalmente las putas de la política corren el riesgo de terminar en una bolsa, por el simple hecho de que los políticos saben que son impunes a todo. Este es el país en el que vivimos, y yo, al estar a merced de un hombre poderoso y con contactos, estaba expuesta a cualquier cosa.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora