Capítulo 23

104 12 8
                                    

Pasamos el resto de la tarde tirados en un colchón en un cuarto vacío. Los ecos de nuestras risas y gemidos parecían formaban una hermosa sinfonía, y los rayos del sol que entraban por la ventana al atardecer pintaban de un color anaranjado las paredes de la habitación, haciéndola parecer que ardía en llamas, así como nuestros cuerpos. Este era nuestro pequeño oasis de placer.

Volví al hotel casi a regañadientes, pues haber tenido semejante espacio para nosotros solos toda la tarde se había sentido exquisito, a tal punto que podría considerarse un pecado.

Cuando la encontré a Cami en su habitación, ella ya estaba bañada y muy acaramelada en la cama leyendo un libro.

—No sé por qué no me extraña —comenté a modo de saludo mientras señalaba su libro. En respuesta, ella me sacó la lengua—. ¿No querés salir a cenar? —pregunté luego, casi haciendo capricho, pues no la había visto en casi todo el día y sentía que la había extrañado horrores.

Como ella respondió con cara de «estoy muerta», entonces, me tiré en su cama y me acurruqué a su lado.

—¿Y Valentino? —preguntó.

—Le di la noche libre, estuvimos todo el día juntos y siento que desde que llegué no le di tiempo para que esté con su familia. Y él no viene nunca, no quiero que me odien.

—Bueno, nadie lo obliga.

Yo me reí.

—No, ya sé que no, pero de todas formas me siento culpable.

De golpe, ella cerró su libro y se giró para mirarme de frente.

—¿Estás lista para admitir que es tu Joe Alwyn?

Yo puse los ojos en blanco.

—No empieces, Cami.

—Sí, sí empiezo —se quejó—. Mel, ¿podés admitir al menos que estás hasta las manos con él?

Yo me tapé con la sábana.

—No quiero.

Escuché que ella se rio.

—¿Por qué sos tan dura? —preguntó, y aunque no la veía, podía notar que se estaba sonriendo.

Me destapé y bufé.

—Porque todo esto va muy rápido, Cami. Cuatro días atrás, yo estaba en Buenos Aires puteando porque él no me había besado y ahora andamos de la mano por todo el pueblo, me estoy yendo a jugar al pádel con su mamá y haciendo planes para pasar mi cumpleaños acá. ¿No te parece una locura?

Ella asintió.

—¿Y?

—Y que siento que no tengo control de nada de lo que está pasando, y lo peor, es que me da miedo que no estoy entrando en crisis por eso... ¿qué significa?

—Significa que cambiaste, amiga.

Yo solté una carcajada.

—Cambiaste, Mel. Desde que estás acá sos otra persona —insistió—. Dejaste de planificar todo en tu vida, te reís todo el día... ¡hasta hacés chistes! —agregó con cierto dramatismo—, andas como colegiala enamorada con tu chico, y aunque no lo quieras admitir, hasta te volviste más cursi y optimista.

Yo le puse mala cara, pero no la contradije.

—Me atrevería a decir que... hasta sos feliz.

Suspiré y aunque estaba en modo "caprichosa", no me quedó otra que asentir.

—Me siento feliz —admití casi con culpa—. Siento que... Sarambí me hace feliz.

Cami soltó una risotada y asintió, con una sonrisa gigante como una casa.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora