La yapa

131 16 6
                                    

Manejaba por la autovía como si llevara haciéndolo mucho tiempo. Me sonreí al pensar en que hacía apenas diez días que había abandonado Capital, tan asustada por el tránsito que no me había animado a manejar sino hasta que estuvimos bien lejos.

—¿Vamos a hablar de lo que vi anoche o no? —pregunté, porque ya no podía contenerme.

—No sé qué viste anoche —respondió Francisco haciéndose el sonso mientras se miraba en el espejo del parasol de la camioneta.

—Francisco.

—Melanie.

Bufé.

—Podemos hacerlo fácil o podemos hacerlo difícil. Freno la camioneta acá y te hago perder el avión... a menos que empieces a hablar.

Como se hizo el distraído, bajé la velocidad y puse baliza para indicar que iba a tirarme a la banquina.

—¿Estás loca? Llegás a frenar y te mato.

—Hablá —insistí.

—No sé qué querés que te diga—. Negó con la cabeza, suspiró y lo lanzó—. Facu tiene un montón de mambos en la cabeza, al igual que Cami. Sus viejos tienen cabeza de termo y viven en la época de la inquisición y ellos crecieron jugando competencia entre los dos para ver quién de los dos recibía más halagos de sus padres. Es enfermizo, pero no conciben la idea de decepcionarlos. Cami, mal que mal, pudo romper con eso, pero Facundo no, y entiendo por qué le aterra tanto decirles a sus viejos que le gustan los tipos.

Suspiré, todavía sin poder creer lo que me decía.

—¿Hace cuánto lo sabés?

—Desde que lo pesqué mirándome el bulto —dijo con cierto orgullo—... la primera vez que lo conocimos.

—¿Hace siete años? —dije abriendo grande los ojos.

Fran asintió, casi con indiferencia.

—Tuvimos algún que otro coqueteo después de eso, pero como estaba tan compenetrado en su papel de macho hetero-cis que sale con cuanta mina se le cruza, tardó un tiempo en aceptar que yo le gustaba. Después empezamos a hablar por mensaje, sobre todo porque nadie sabía lo que le pasaba y él necesitaba descargarse con alguien. Por supuesto, no quería que le contara a Cami, y yo, aunque me sentía el peor amigo del mundo, decidí respetar los tiempos de él. Cada quien sale del armario a su tiempo y a su manera —sentenció—. Yo nunca tuve ese problema, porque a mi viejo le chupa un huevo todo y mi mamá siempre pensó más en ella que en nosotros. Mis hermanos siempre lo supieron y siempre me apoyaron, al igual que mis amigos, pero, lamentablemente, esa no es la realidad de todos. Yo soy de los pocos afortunados.

—¿Y hace cuánto que... no sé, tienen algo?

—Nos vimos un par de veces en estos años, pero siempre a escondidas, siempre lidiando con su paranoia de que alguien lo descubriera, porque incluso le aterraba que Cami se enterara.

Soltó una risotada y negó con la cabeza.

—¿Cami, que es la persona más buena del mundo, la que siempre te defendió a capa y espada de los prejuicios de su familia?

Fran asintió con tristeza.

—Sí, lo sé. Pero bueno, entiendo muy bien de dónde viene el miedo que siente, Mel, no te imaginás lo que es vivir pensando en que a la gente puede no gustarle lo que uno elige hacer en la cama... y ni siquiera estoy hablando de ser homosexual... todo lo que sea diferente a lo que se cataloga de "normal" puede generar un rechazo tal que deja de importar que seas su primo, tío, amigo, hermano, hijo, o lo que sea —comentó y yo automáticamente pensé en Enrique y en sus fantasías—. Y Facundo ni siquiera terminó de aceptarse a sí mismo, imaginate si se iba a animar a de decírselo a Cami, que es su hermana y él la idolatra.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora