Capítulo 36

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Esa noche después de la fiesta, cuando volvía a La Escondida de la mano de mi novio, cantando bajito debido a los dos o tres mojitos que me había tomado y las dos copas de que le habían seguido, sentí que, esta vez, el universo sí me había escuchado.

Cuando por fin llegamos a la habitación, noté que arriba del colchón había un paquete con un moño que tenía mi nombre. Lo miré a Valentino y él sonrió con picardía.

—¿Qué es eso? —le acusé.

—Tu regalo de cumpleaños.

—Valentino, todo lo que ya me diste es mucho más que suficiente —le reté.

—Qué bueno, porque, como verás, no es una heladera, ni tu mejor amigo... esto es una pavada —dijo algo apenado.

Abrí el regalo y vi que se trataba de una caja decorada con mucha delicadeza, adentro había dos portarretratos, en uno había estampado un número tres y en el otro un cero, ambos números estaban formados con un collage de fotos mías donde estaba con Cami y Fran, y también fotos donde estaba con mi mamá y mis abuelos. Debajo del tres decía "somos lo que vivimos" y tenía mi fecha de nacimiento, debajo del cero decía "somos lo que soñamos" y tenía la fecha de este día.

Miré todas y cada una de las fotografías y sentí que me iba a explotar el corazón. Mis ojos se llenaron de lágrimas, y aunque quise agradecerle, las palabras se me quedaron atoradas, aunque tampoco iban a alcanzar para decirle lo mucho que significaba eso para mí. Valentino me abrazó, me dio un beso suave en la frente mientras yo miraba entre sollozos mi pequeño gran regalo, que era sencillamente perfecto.

—¿Cómo... cómo conseguiste... estas fotos? —balbuceé.

Él se sonrió, orgulloso.

—Francisco.

Sonreí para mis adentros y me prometí que, al día siguiente, cuando lo fuera a recoger a Fran al hotel para llevarlo al aeropuerto, le iba a dar un abrazo tan fuerte que le iba a quebrar todos los huesos.

—Me alegro que te haya gustado —susurró en mi oído—. Por un momento temí que me lo fueras a tirar por la cara.

Yo me reí.

—Sos increíble —le dije mientras me tiraba encima de él y empezaba a comerlo a besos.

No sabía cómo lo iba a hacer, pero intentaría con todas mis fuerzas devolverle todo lo que sentía que me había dado ese día y todos los días desde que lo había conocido: la paciencia, la calma, las risas, la pasión, los besos y los orgasmos más deliciosos que me habían hecho sentir la mujer más afortunada del mundo. Recorrí su cuerpo con mis manos, con mis labios, con mi lengua. Lo hice mío un par de veces, y aunque él seguía teniendo más energía que yo, intenté dejarlo sin aliento, porque así me hacía sentir él cada vez que me tocaba.

Cuando por fin pareció haberse saciado, me quedé abrazándolo, orgullosa y satisfecha.

—Sos increíble —murmuró. Y después, casi como sin querer, casi como si se le hubiera escapado de los labios, lo dijo—: te amo.

Yo negué con la cabeza, horrorizada. Él se sonrió por mi reacción.

—Sí —remarcó sin abandonar su sonrisa.

—No —insistí, y él volvió a asentir.

—Sí.

—¡Valentino, no digas ridiculeces!

Entonces se levantó de la cama y se paró poniendo los brazos como jarras cual nena caprichosa. Me miraba desde arriba con la cara muy seria.

—Mirame, ¿acaso no te das cuenta? —dijo muy serio, y aunque no era mi intención hacerlo, no pude evitar reírme, porque la imagen de él, con su miembro colgando amenazadoramente, hizo que me resulta imposible tomarlo en serio. Entonces se sonrió—. Yo soy esto, Mel, sé que soy un ridículo, propenso a la auto humillación, y te juro que no sé cómo carajos es que pasó, pero de verdad siento que te amo.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora