Capítulo 19

118 14 30
                                    

Valentino me miraba expectante y de pronto sentí que éramos los únicos dos seres vivos en todo el pueblo. El río se movía aguas abajo como un manto negro que reflejaba una luna creciente que apenas se veía. Él tomó mi mano de nuevo y entrelazó sus dedos con los míos, como si supiera que ahora era yo la que necesitaba fuerzas para contar eso que tenía atragantado y no podía sacar: el recuerdo de la desilusión y el dolor de un corazón roto.

—Se llamaba Emanuel y nos conocimos a través de Fran. Al principio, él no me gustó porque estaba todo tatuado y usaba un expansor en la oreja y eso me hacía tener cierta imagen de él, pero me escribía todo el tiempo y con el transcurso de los meses, me termino de convencer y al fin decidí salir a tomar algo con él... y a pesar de mis prejuicios, me gustó.

—Pero vos también tenés tatuajes.

Yo me sonreí.

—Los míos son chicos, y no fue hasta que lo conocí a él que empecé a hacérmelos. Pero no importa, porque después descubrí que los tatuajes no eran lo que lo hacían ser una mierda de persona —escupí con bronca.

En ese instante, Valentino posó la mirada en su antebrazo izquierdo, donde tenía tatuadas las coordenadas de su pueblo, "para tener siempre presente de dónde salí", había dicho la primera vez que lo vi.

—¿Qué puede ser peor que unos tatuajes? —bromeó.

Puse los ojos en blancos y bufé.

—¿Ser un mentiroso patológico? ¿un hijo de puta sin escrúpulos? No sé, se me ocurren muchas cosas pensando en él —solté y él asintió—. La cuestión es que con el tiempo lo nuestro se fue volviendo algo más serio, y como yo pasaba más tiempo en su departamento que en el mío, después de haber estado saliendo por dos años y medio, habíamos empezado a hablar de mudarnos juntos cuando volviéramos del viaje que habíamos programado para ir a Iguazú en las vacaciones de invierno—. Tomé aire y seguí. —La semana previa al viaje, cerré más temprano el negocio porque se estaba viniendo una tormenta, y me fui directo a su departamento. Entré con mi llave, y como, siempre, subí sin antes tocar el portero.

Entonces Valentino soltó una carcajada que rompió el silencio, y yo, aunque lo miré con mala cara, después me sonreí.

—¿Ya te lo imaginás? —. Él asintió. —Y bueno, sí, me lo encontré en la cama con su ex.

Valentino negaba con la cabeza, indignado.

—Lo cagaste a paraguazos, me imagino —aventuró.

Yo me reí con pesar.

—No, ya quisiera haber podido reaccionar así —dije con bronca—. No hice nada, me quedé dura en la puerta de la habitación porque con los gemidos de ella y el ruido de la tormenta ni me habían escuchado entrar. Le grité que era un hijo de puta y después salí corriendo de ahí lo más rápido que pude. Él después intentó explicarme, claro... un montón de excusas que se tuvo que meter en el culo porque no me creí ninguna.

—No me puedo ni imaginar lo mucho que te habrá dolido, Mel —aventuró.

Yo me reí.

—Sí, pero eso no fue lo peor... Lo peor es que, ese día me volví caminando bajo la tormenta y me terminé engripando, y pasé la peor semana de mi vida tomando medicamentos y luchando por respirar por culpa de los mocos. Él, por otro lado, a la semana siguiente se fue con la ex al viaje que había planificado conmigo, y cuando estaban a mitad de camino, el hijo de puta se desvió de la ruta, volcó con el auto y se mató —rematé con bronca.

De pronto, el rostro de Valentino palideció y se me quedó mirando como esperando que me riera y le dijera que era una broma, pero yo sólo me encogí de hombros, como restándole importancia y seguí.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora