Capítulo 33

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Cuando Francisco y Camila me vieron entrar por la puerta pusieron cara de muerte, sus rostros se pusieron pálidos y en sus ojos había miedo.

—¿Qué pasó? —pregunté de nuevo.

Francisco tragó saliva y subió el volumen de su celular para que escuchara.

"La información es clarita, al igual que las imágenes. Se la puede ver entrando al piso de Figoni en Puerto Madero en diversas ocasiones usando ropa de personal de salud. Y los registros muestran cómo todos los meses Figoni le pasaba dinero a ella —Verónica Romano hablaba con la maldad destilando por sus ojos y pronunciando cada palabra con profundo goce—. Que yo sepa él no tiene ningún problema de salud. Y mi fuente me confirma que a ellos los unía una relación meramente sexual. Así que, las cosas por su nombre, chicos, esta chica no es más que una prostituta —sentenció—. Pero, vamos... supongo que de Valentino no nos sorprende ¿o sí? Todos sabemos que es un mujeriego incurable, incapaz de sentar cabeza. Lo lógico sería que encontrara alguien con sus mismos... hábitos".

Las panelistas de InFraganti siguieron con su perorata, pero yo ya no los escuchaba, sentía que los oídos me zumbaban y las piernas se me aflojaban. Camila me decía algo, pero el corazón me latía tan fuerte que sentía que se me estaba por salir del pecho y no oída más nada a mi alrededor. Sentía que no podía respirar.

—¿Cómo... cómo se enteraron? —balbuceé.

—No sé amiga, no tengo idea —respondió Fran. En su rostro había preocupación y también angustia.

—Tranquila, Mel —me decía Cami, pero en su rostro había preocupación.

Yo me quedé de pie temblando como una hoja, y lo primero que se me vino a la mente fue el recuerdo de Franco y de Fernando, que cuando se enteraron de Enrique lo primero que hicieron fue tratarme como un trapo sucio y roñoso.

Pero eso no me iba a pasar de nuevo, no me iba a quedar esperando que alguien más me mirara con repulsión para luego descartarme.

Los dejé a Francisco y a Camila en la cocina y subí corriendo las escaleras con lágrimas en mi rostro. Entré en la habitación y desesperada empecé a tirar mis cosas adentro de mi valija. No podía quedarme un minuto más ahí. ¿Cómo se suponía que iba a seguir todo esto después de que todos supieran esto de mí? No iba a quedarme para ver cómo Valentino se convertía en uno más de la lista de hombres que me habían mirado con asco cuando se enteraron que Enrique me pagaba por sexo.

Me quedé mirando mi valija abierta en medio del piso tratando de pensar en qué hacer a continuación, pero no podía dejar de llorar. Mi respiración se entrecortaba y no me dejaba pensar, las lágrimas me nublaban la vista y se me chorreaban los mocos. Me senté en el piso y me abracé con fuerza. ¿Por qué había tenido que salir esto a la luz? ¿por qué no podían simplemente dejar mi pasado morir en silencio? ¿qué ganaban todas esas personas diciendo todas esas cosas de mí? ¿por qué querían destruirme? ¿por qué el universo se empeñaba en cagarme la vida?

—¿Qué hacés? —me pregunto Francisco cuando entró por la puerta, un minuto después y vio mi valija abierta de par en par con todas mis cosas tiradas adentro.

—No me voy a quedar acá. Me tengo que ir, ya.

—¿A dónde? —preguntó Camila, que entró detrás de él.

—De vuelta al agujero de donde salí ¿a dónde más? me vuelvo al upside down. No sé cómo es que pensé que la vida a mí me podía sonreír de esta manera... ¡era cuestión de tiempo para que todo se fuera la mierda!

—Mel, ¿te podés calmar? ¿acaso estás loca? ¿de verdad pensás que Valentino puede llegar a ser como el sucio de Franco o como el imbécil de Fernando? —dijo Camila, irritada.

Como aviones de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora