ZELDA
Me consideraba a mí misma como una mujer decente. Tenía mis defectos, por supuesto, pero en mi opinión las cualidades eran lo que importaba a fin de cuentas.
Era inteligente. De eso estaba orgullosa. Podía ser divertida si me lo proponía. Me tomaba mi trabajo muy en serio y era rápida sacando temas de conversación. Y también conseguía que todo el mundo escuchara lo que tenía que decir. Todo el mundo menos mis propios hijos, claro estaba.
Mi hijo menor podría haber sacado cualquiera de mis cualidades. Era inteligente, pero ahí se acababa el parecido. Había tenido esperanzas de que se pareciera más a mí pero, en cambio, cuando cumplió los tres años había descubierto que tenía un Link cuatro veces más pequeño corriendo por mi casa. Y, como no podía ser de otra manera, había heredado la temeridad de su padre.
Podía ser precavido y desconfiado con los desconocidos, igual que su padre. Pero cuando se trataba de su propia seguridad y de hacer locuras, se lanzaba sin pensárselo dos veces. De nuevo, igual que su padre.
—¡Artyb! ¡Baja de ahí ahora mismo o te juro que comerás verdura durante toda una semana!
Él fingió que no me había oído y siguió escalando. Se apoyaba en las ramas del árbol, que temblaban bajo su peso. Yo también temblaba. De terror.
Llevaba un rato intentando conseguir que bajara. De hecho, había gritado tanto que notaba un molesto escozor en la garganta. Di gracias por que la casa estuviera tan alejada del resto de la aldea; nadie podría alcanzar a oírnos.
Por un momento estuve tentada a rendirme. A volver a casa y dejarlo escalando árboles. Pero entonces me lo imaginé resbalando y haciéndose daño de mil formas distintas, y lo peor sería que yo no estaría allí para ayudarlo si ese fuera el caso.
—Artyb...
—¡No!
Suspiré y me dejé caer contra el tronco del árbol.
—Artty, a mamá le da mucho miedo que te subas a los árboles.
El movimiento cesó de pronto. No tuve que mirarlo para saber que aquello lo había hecho pensar. Al cabo de unos instantes vi como bajaba de una rama a otra de forma experta hasta situarse casi a mi altura.
—¿Por qué? —preguntó.
Lo miré a los ojos. Eran iguales a los de su padre; azules como el cielo en un día sin nubes y, en ocasiones, fríos como el hielo.
—Porque no quiero que te caigas y te hagas daño. —Le aparté el pelo que le caía sobre los ojos—. Mamá sufriría mucho si algo te pasara.
Él parpadeó.
—¿Por qué?
Contuve otro suspiro y le pellizqué la punta de una oreja con cuidado. A él se le escapó una risita.
—Porque todavía eres mi pequeño.
Me dispuse a hacerle cosquillas, pero la rama en la que Artyb se apoyaba tembló peligrosamente cuando él intentó zafarse de mí.
El corazón se me detuvo.
Solo volvió a latir con normalidad cuando Artyb encontró algo de estabilidad de nuevo.
—Baja de ahí —traté de ordenarle, aunque la voz todavía me temblaba por el susto, así que sonó más a súplica que a orden.
—Los árboles son buenos —replicó él—. No quieren que me caiga.
—Baja de ahí.
—Papá me deja subir.
Maldije a Link en silencio. Iba a acabar con todas sus manzanas con mis propias manos. No me causaría ningún arrepentimiento si con eso conseguía que mi hijo no volviera a trepar.
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Luz dorada y espadas olvidadas
FanfictionHan pasado ocho años desde que el Cataclismo fue derrotado. Hyrule está en plena reconstrucción y avanza hacia un futuro cada vez más brillante. Link y Zelda por fin han encontrado algo de paz con el pasado y viven en Hatelia junto a sus dos hijos...