Capítulo 38

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ZELDA

Transcurrió una semana entera, tan deprisa que apenas me di cuenta. Sentí que mi cuerpo empezaba a sanar por fin. Pese a lo duro que había sido el alumbramiento, tenía la sensación de que estaba yendo por buen camino.

Nuestra hija también estaba sana, tal y como el curandero había dicho. Comía, dormía y lloraba más a menudo y de forma más estridente que sus hermanos mayores. No sabía si era un bebé sensible o si iba a ser tan fiera como su padre afirmaba. Me inclinaba más por lo segundo.

Aquella tarde, estaba a solas en casa con Prunia y Arwyn. Prunia pensaba marcharse de vuelta a Kakariko a la mañana siguiente, muy temprano, de modo que Link había decidido agradecerle todo lo que había hecho por nosotros con un guiso para cenar. Había salido a cazar un conejo hacía unas horas, y Artyb había insistido en acompañarlo. Arwyn había preferido quedarse en casa, pero eso no me sorprendía. No soportaba ver cómo despellejaban un animal siquiera.

Prunia sostenía a Nayen entre los brazos, aunque ella tenía cara de pocos amigos. Habíamos acabado llamándola Nayen sin mucha más discusión. Había sido una elección más simple de lo que había esperado, teniendo en cuenta lo mucho que nos había costado elegir un nombre mientras yo estaba embarazada. Sin embargo, ahora me parecía lo correcto. No podía imaginar un nombre mejor para mi pequeña.

—Es más ligera de lo que esperaba —dijo Prunia. Tenía una sonrisa amplia en el rostro. De entre todas las cosas, jamás habría visto venir que un bebé pudiera ablandarla—. Diosas, creo que nunca había cogido un bebé. ¿Tal vez a Pay, cuando nació...? Han pasado tantas cosas que no puedo acordarme.

Había tenido que enseñarle cómo se sujetaba a un bebé. Prunia había hecho caso de mis indicaciones con dedos algo torpes, aunque no había dejado de tener cuidado en ningún momento. Sostenía al bebé entre los brazos como si fuera de cristal.

—Me lo imaginaba —dije con una sonrisa diminuta. Estaba sentada en la mecedora, con Arwyn sobre mi regazo. Estaba en medio de una batalla encarnizada con sus rizos. Intentaba trenzárselos sin que ningún mechón se escapara por el camino—. ¿A que no es tan malo?

Prunia miró a Nayen, que movía las piernas diminutas bajo las mantas. Era un bebé más inquieto de lo que había esperado. Dormía mucho, pero cuando estaba despierta le gustaba mirar a su alrededor y moverse. No eran movimientos muy amplios todavía; abría y cerraba los dedos y, en ocasiones, encogía las piernas. Era más de lo que sus hermanos habían hecho con solo una semana de vida, pese a ello.

—No voy a mentir. Cuando la tienes entre los brazos, no quieres volver a soltarla. Pero no creo que pudiera cuidar de una criatura tan pequeña yo sola. Desde que aprendiera a andar, se marcharía lo más rápido posible.

Arwyn soltó una risita, y otro rizo escapó de entre mis dedos. Maldije para mis adentros y empecé de nuevo.

—No exageres.

—Créeme, Zelda. No estoy exagerando. —Miró de nuevo a Nayen y suspiró—. Me alegra que Linky y tú seáis sus padres. Habéis hecho un buen trabajo. ¿A que sí, Arwyn?

Ella asintió, y yo sentí una calidez agradable en el pecho.

—Papá y mamá son buenos —dijo, como si fuera lo más obvio del mundo—. Papá juega al monstruo conmigo y con Artty. Papá también deja a Artty trepar.

—¿Y qué hay de mí? —dije yo, dándole un leve tirón en el pelo. Ella rio, y el sonido me hizo más feliz, si cabía.

—Mamá cuenta historias —siguió contando ella, y yo seguí con mi tarea, aunque no podía dejar de sonreír. Arwyn cada vez cometía menos errores al hablar. Me había dado cuenta de que le daba menos pudor parlotear sin parar—. Y me enseña muchas cosas. Me da menos tirones en el pelo que papá.

Luz dorada y espadas olvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora