Capítulo 21

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ZELDA

Aquel no estaba siendo mi mejor día.

Había estado dolorida nada más ponerme en pie. Cada rincón de mi cuerpo se quejó al instante, y tuve que hacer verdaderos esfuerzos por tragarme las protestas mientras recogía el campamento con Link. Me quedaba sin aire muy deprisa, y las piernas ardían. Pero no quería alertar a Link. Le había prometido que le diría si necesitaba parar porque estaba sufriendo malestares, pero sobraba decir que, por el momento, estaba incumpliendo mi promesa.

Había intentado entablar conversación con Artyb mientras cabalgábamos para distraerme del dolor. Y había funcionado, por suerte; él era parco en palabras, como su padre, pero cuando hablaba era para decir cosas con sentido. Reflexionaba antes de abrir la boca. Podría haber jurado que, por cada día que pasaba, se parecía más a Link.

De pronto él había desaparecido con Arwyn al galope por el camino. A Artyb no lo entusiasmaba correr a lomos de un caballo, así que solo habíamos aligerado el paso. Había confiado en volver a encontrarme con Link en el sendero. Mi corazón había dado un vuelco, sin embargo, cuando vi a Viento sin jinete en medio del camino.

Mis alarmas se habían disparado entonces, pero me había obligado a mantener la calma. Link conocía Hyrule, y conocía la zona por la que estábamos viajando. Link llevaba cuchillos en el cinturón, donde creía que nadie podría verlos, y no dudaría en usarlos en caso de necesidad. Y nadie podía superar a Link cuando estaba enfadado, quería proteger algo y tenía una hoja de acero en las manos.

Artyb se había mostrado tranquilo también, tal vez gracias a mis esfuerzos desesperados por que no notara mi propio terror. 

—Papá está con Wynnie —dijo—. Volverá pronto.

Intenté sonreír, aunque también fracasé en eso.

—Seguro que sí.

Él había esperado en silencio conmigo, a lomos de Calabaza. Transcurrió una eternidad hasta que la preocupación ganó terreno y desmonté del caballo, con el arco preparado. Me llevé a Artyb conmigo porque no pensaba dejarlo atrás a él también. Su mano diminuta era sólida junto a la mía, y fue extrañamente reconfortante. Me transmitía seguridad. Era fascinante que un niño que apenas era más que un bebé pudiera mantenerme clavada al presente de aquella forma. De no ser por él, me habría quedado paralizada por el terror y los malos recuerdos.

—¿A dónde crees que han ido? —le pregunté mientras nos acercábamos al Monte Satoly.

Artyb frunció el ceño y examinó sus alrededores, pensativo. Había extendido la mano para señalar un punto en la distancia cuando escuché voces. Voces cercanas. Sujeté el arco con firmeza en mi mano y corrí con Artyb en dirección al origen del ruido.

Y, si mi día ya estaba siendo malo, solo había empeorado cuando vi a Arwyn sosteniendo un rupinejo entre sus brazos. Un espíritu de todas las criaturas que habían hecho de Hyrule su hogar. Un rupinejo, un ser enviado por las deidades.

Artyb fue el primero en reaccionar; corrió hasta Arwyn con un palo que no lo había visto coger.

—¡Wynnie! —exclamó. Ella alzó la vista de golpe y miró a Artyb con el ceño fruncido. El rupinejo se quedó muy quieto entre sus brazos—. Wynnie, suelta eso.

—¡No! —dijo ella. Se abrazó al rupinejo con más fuerza—. Es un rupejo. Y me quiere.

Dudaba que el rupinejo la quisiera de verdad. Lo más probable era que hubiera percibido la cercanía del poder sagrado y hubiera reaccionado en consecuencia.

Los enormes ojos anaranjados de la criatura se cruzaron con los míos, y tuve que contener un escalofrío. Luego volvió a esconderse en el pecho de Arwyn.

Luz dorada y espadas olvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora