ZELDA
Link estaba enfadado. Otra vez. Pero yo estaba furiosa, más que él, y ambos lo sabíamos. La ira era tal que permití que el poder me envolviera por primera vez en mucho tiempo. De lo contrario, sería como una tormenta que pasaría el día entero luchando por salir, y eso nunca traía buenos resultados.
Mi único consuelo era que los niños se encontraban jugando en el jardín, y podía verlos por la ventana. Solo esperaba ser capaz de controlar el poder en caso de que ellos entraran por sorpresa.
Caminaba de un lado a otro de la habitación mientras intentaba pensar. Link, en cambio, estaba sentado junto a la mesa, con los hombros hundidos. Tenía la vista clavada en la madera. No me había mirado ni una sola vez desde que llegamos a casa. Un gesto cobarde por su parte, a mi parecer.
No había esperado verlo tan enfadado con el alcalde. Lo había creído cuando dijo que no haría nada grave al encontrarse con él. Sin embargo, todo había sido tan repentino que había actuado demasiado tarde. Tendría que haberlo retenido antes de que llegara hasta Rendell. Así no habría dejado sus intenciones claras ante todo el mundo.
Se correría la voz, de eso estaba segura. El alcalde retorcería todo lo ocurrido hasta que quedara completamente a su favor. Diría que Link, el portavoz hyliano, lo había atacado de forma inmerecida. Probablemente lo calificaría de salvaje peligroso y repetiría el mensaje hasta que la aldea entera estuviera en nuestra contra. Con un poco de suerte, la mayoría pondría en duda las palabras del alcalde hasta conocer nuestra versión de la historia.
Pero aquello no podía convertirse en una batalla de credibilidad. Me negaba a perder el tiempo de aquella forma. No cuando había asuntos más importantes que resolver en Hyrule, asuntos de los que el propio alcalde se había desentendido.
Aquella era una baza a nuestro favor. Diosas, tenía que traer mis notas. Había más formas de defender nuestra posición, y quería asegurarme de no dar un solo paso en falso.
Sin embargo, primero estaba Link. Lo miré y supe al instante que se arrepentía de lo ocurrido. No quería ser dura con él; ya no era un niño, y sabía lo que estaba haciendo mal. No necesitaba que lo reprendieran. Así que decidí no prolongar su sufrimiento. Me acerqué a la mesa y me detuve frente a él, de pie.
—¿Por qué lo hiciste? —quise saber.
Él dio un respingo, como si mi voz lo hubiera sobresaltado. Vi que fruncía el ceño, aunque todavía se negaba a mirarme.
—Compré esta casa justo cuando iban a derruirla para construir —dijo—. Decían que las tierras eran más fértiles en esta zona. Siempre me ha tenido rencor por haberme entrometido en sus planes.
Sacudí la cabeza, aunque lo creía. El alcalde no nos odiaba solo por haber arruinado sus planes de construcción hacía unos años. También nos odiaba por haber puesto Hyrule patas arriba. Porque nos apreciaban más que a él.
—Quería provocarte, Link. Y lo consiguió. Le has dado lo que quería, ¿no te das cuenta?
Alzó la vista por fin y me miró con el ceño fruncido.
—Dime que tú no habrías hecho lo mismo, Zelda.
Abrí la boca para responder, aunque justo entonces me di cuenta de que no sería capaz de mentirle. No mientras estuviera mirándolo a los ojos.
—Aun así, tendrías que haber mantenido la cabeza fría. Maldita sea, Link; podríamos perder nuestra posición por esto.
Él pareció hundirse en su asiento otra vez. Se pasó una mano por el rostro y, cuando volvió a mirarme, tuve la sensación de que estaba cargando con un peso sobre sus hombros, igual que antes.
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Luz dorada y espadas olvidadas
Fiksi PenggemarHan pasado ocho años desde que el Cataclismo fue derrotado. Hyrule está en plena reconstrucción y avanza hacia un futuro cada vez más brillante. Link y Zelda por fin han encontrado algo de paz con el pasado y viven en Hatelia junto a sus dos hijos...