Capítulo 24

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La reunión había empezado a tener mala pinta cuando los enviados de Mabe y Adenya empezaron a lanzarse malas miradas.

Ambos eran jóvenes. La enviada de la aldea Mabe era una muchacha que podría haberse hecho pasar por una gerudo sin muchas complicaciones gracias a su complexión fornida. El enviado de Adenya era el joven que había insistido en que me quedara al final de mi última visita. Era lo más parecido a un alcalde que tenían en Adenya, así que la elección no me sorprendía del todo.

Los demás se mostraban tensos. Alternaban miradas entre los enviados de Mabe y Adenya, como si uno de ellos fuera a convertirse en moblin de un momento a otro. Me habría frustrado de no ser porque los concilios siempre eran terriblemente aburridos al principio, y un poco de entretenimiento nunca estaba mal.

—Hablaremos del precio del heno por petición de Hatelia —decía Zelda, leyendo nuestras notas. Mientras ella leía, yo observaba las expresiones del resto con atención. Era importante para Zelda que estudiara sus reacciones—. Según tengo entendido, ha subido en vuestras aldeas también, ¿no es así?

Hubo murmullos de asentimiento. Cuando Zelda preguntó si alguien se oponía a la propuesta, nadie emitió un solo sonido. Contuve un bufido de desdén. Cuando se trataba de rupias, los hylianos no querían soltar ni una sola.

El nuevo alcalde de Hatelia también estaba presente. Tenía gesto aburrido, aunque al menos se había dignado a asistir. Rendell lo había hecho en muy pocas ocasiones. Tal vez solo dos, ahora que lo pensaba bien.

Habíamos recibido miradas de extrañeza e incluso llenas de reproche. La muerte del alcalde Rendell debía de ser más que conocida entre los hylianos.

Zelda me tendió las notas y se reclinó en la silla con un suspiro.

—Bien. Si eso está hecho, podemos pasar a lo siguiente.

Hice una mueca. Sabía que iba a estallar una discusión. La tensión era palpable, y todo el mundo se miraba, a la espera. Me pregunté si, hacía cien años, habrían ocurrido situaciones parecidas. Tal vez las disputas estuvieran mejor controladas. Tendría que preguntárselo a Zelda.

Miré al alcalde de Hatelia, que también parecía haberse dado cuenta de la tensión. No sabía si intentaría controlar la discusión. El antiguo alcalde Rendell jamás lo había hecho. Sin embargo, me permití albergar un atisbo de esperanza.

—Hemos recibido quejas acerca de un robo de ganado hace unas semanas —empezó Zelda. Su voz estaba controlada. Podía percibir lo difícil que le resultaba, aunque probablemente nadie más en aquella enorme tienda lo hubiera notado—. Al parecer, el conflicto se ha desarrollado entre Adenya y Mabe. Es un problema entre nuestro pueblo. Por ello, me gustaría resolverlo aquí, entre nosotros.

La enviada de Mabe soltó un bufido cargado de desdén.

—Ni os molestéis. Son tercos como una mula. Jamás admitirán su parte de la culpa.

El hombre de Adenya enrojeció y se irguió aún más en su silla. Su nerviosismo se notaba a la legua.

—¡Empezasteis vosotros! —dijo con voz temblorosa—. Robasteis nuestras ovejas en medio de la noche. Malditos rufianes.

—Vosotros habíais robado unas semanas antes.

—¡Falso! El heno era nuestro. Llegó en los carros.

—Se suponía que teníamos que compartirlo, ¿recuerdas?

—Lo compartimos con vosotros, pero...

Luz dorada y espadas olvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora