Capítulo 7

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ZELDA

—Partiremos mañana por la mañana —le dije a Pay varios días más tarde y tras mucho discutir con Link. Ella abrió mucho los ojos y palideció—. Sé que es más pronto de lo que esperábamos, pero te prometo que sigo manteniendo lo de la correspondencia.

Aquello pareció aliviar algunos de sus temores. Tomó un sorbito de té, supuse que para llenar el silencio, y yo aguardé a que se decidiera a responder.

—¿Hay problemas en Hatelia? —preguntó por fin.

Suspiré, recordando aquella maldita carta. La había leído tantas veces que habría sido capaz de recitarla en voz alta. Seguro que Link se la había grabado a fuego en la memoria, para cuando viéramos al alcalde de nuevo.

—El alcalde necesita nuestra presencia, según la carta —respondí—. Dice que quiere hablar con nosotros de ciertos asuntos. Me pregunto qué demonios querrá —añadí con un bufido de desdén.

—Dijisteis que teníais problemas con ese hombre, ¿verdad? Diosas, lo siento mucho, Zelda. Prometí que te ayudaría, pero con todo... Han pasado demasiadas cosas. No he tenido tiempo para pensar...

—No pasa nada —le aseguré con la sonrisa más amable que fui capaz de mostrarle—. Con vuestra hospitalidad es más que suficiente. También se aprecia vuestra discreción.

Debí de sonar creíble porque ella sonrió también, aliviada, y dejó de juguetear con los bordes de su túnica. Era de diseño tradicional sheikah, sencillo y sin apenas ornamentación.

—¿Qué hay de Link y de tus hijos?

—Link tiene la misma posición que yo, así que tendrá que venir conmigo a Hatelia. —Pensé en la tarde en que habíamos recibido aquella carta. Él había estado tan enfadado que ni siquiera había podido conciliar el sueño en toda la noche. Lo obligué a salir a tomar algo de aire fresco nada más amaneció para que se aclarara las ideas—. Y los niños tendrán que venir con nosotros. Son muy pequeños para quedarse solos.

—Oh, por supuesto —murmuró Pay, con la vista clavada en su regazo—. Lo siento. Era una pregunta estúpida.

Me tragué la frustración y la miré fijamente. Ella debió recordar los consejos que le había dado porque al cabo de unos instantes logró sostener mi mirada.

—No tienes que disculparte por mostrar algo de preocupación. Todo lo contrario, en realidad. Agradezco tu preocupación. —Ella asintió, aunque en el fondo sabía que no creía mis palabras. Así que dejé mi taza de té a un lado y me incliné sobre la mesa para sonar un poco más severa—. Te he enseñado casi todo lo que sé. Entiendo que hayamos ido más rápido de lo que deberíamos, pero si no pones ninguno de esos consejos en práctica, nada de esto habrá servido.

Escuché como tomaba una bocanada de aire.

—Yo... Lo intento —murmuró—. Es difícil estar bajo la sombra de... Bueno, de alguien como la abuela. Ella nunca se preocupó demasiado por mi educación como futura líder. Es como si hubiera creído que nunca iba a... a ir con las Diosas.

Parpadeó después de eso, supuse que para contener las lágrimas.

—Mi padre tampoco puso mucho empeño en eso cuando era princesa —admití entonces. No me apetecía recordar aquella época, pero sospechaba que hacerlo ayudaría a Pay—. Se centró en mi entrenamiento para despertar el poder sagrado. Y lo cierto es que, si el Cataclismo nunca hubiera llegad, habría sido una reina terrible.

—No lo creo —repuso Pay—. Tú eres... Bueno, estas cosas se te dan bien.

—Conozco el Hyrule de ahora. El problema es que no conocía el de antes. Una no puede gobernar si no le dan indicaciones y preparación previas. Así funcionan las cosas. Y que quede claro que no te estoy diciendo nada de esto por pena.

Luz dorada y espadas olvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora