Capítulo 27

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ZELDA

El carro no dejaba de traquetear. Ignoraba que en el camino entre Necluda y Tabanta hubiera tantas piedras obstaculizando el sendero, pero al parecer el terreno era más irregular de lo que había creído.

Lo detestaba. Cada vez que el carro hacía otro movimiento brusco, maldecía a Link por haberme convencido de que aquello era una buena idea. Y también me maldecía a mí misma por haber aceptado. Tendría que haberme enzarzado en una discusión con él, pese a saber que en esa ocasión Link tenía razón. Habría acabado cediendo porque no le gustaba discutir conmigo, y ambos habríamos pasado el viaje en un silencio tenso.

Tal vez, cuando era más joven y más idiota, lo habría hecho. Habría sido terca y habría discutido con él. Ser su esposa me había vuelto más blanda, sin embargo. Cuando había un malentendido entre los dos, tenía que ver a Link andar sin rumbo durante días hasta que se decidía a hablar conmigo. Porque yo era demasiado orgullosa para disculparme primero, aunque el error hubiera sido mío. Y lo peor no era verlo caminar sin rumbo. No, lo peor era la expresión de su rostro. Se dejaba crecer la barba cuando nuestras discusiones se alargaban demasiado, y sus ojos siempre estaban en sombra.

No podía hacerle eso a Link. Por ello, aguantaba el traqueteo del carro sin emitir casi ninguna queja. Casi.

—¿Por qué no puedo ir con Melada? —preguntó Arwyn. Se apoyaba en las alforjas que habíamos subido al carro como si fueran los cojines más cómodos del mundo.

A Arwyn tampoco parecían gustarle los carros. Estaba inquieta tras largas horas de viaje. A menudo preguntaba cuándo íbamos a parar, como si tuviera que estirar las piernas por cada instante que pasaba sentada en el carro. Yo me mostraba satisfecha, y Link lo soportaba con una sonrisa propia en el rostro. No sabía cómo no había perdido los nervios todavía. Si yo fuera él, ya lo habría hecho.

—Alguien tiene que tirar del carro —dijo Link. Mermelada y Viento tiraban del carro. Si no fueran caballos, habría estado convencida de que a ellos tampoco les gustaba el cambio—. Cuando lleguemos a casa, te llevaré a montar si quieres.

—¿Cuánto queda para llegar? —intervino Artyb. Estaba de rodillas junto al borde del carro, observando los árboles pasar a medida que el vehículo se movía.

Me descubrí a mí misma palpando en el cinturón, bajo la capa. Recordé entonces, con el corazón encogido, que ya no tenía la piedra sheikah. Se la habíamos dado a Prunia después de que dejara de funcionar. La energía ancestral había vuelto a caer en letargo tras cumplir con su propósito. Sabía que Prunia y Symon habían estado buscando formas de traerla de vuelta, y hasta la fecha seguían intentándolo. Los avances que aquella tecnología nos permitiría desarrollar eran casi infinitos.

Sabía que Link llevaba un mapa en alguna parte, aunque pocas veces lo usaba. No lo necesitaba para realizar viajes como aquel, por territorio conocido.

—Estamos a cuatro días de Hatelia si seguimos a este ritmo —respondió él. Contempló el cielo surcado por nubes blancas. No había llovido mucho durante nuestro viaje, por algún golpe de suerte del destino—. Pero si llueve, tendremos que parar.

—¿Y si no llueve? —preguntó Arwyn.

—Entonces no tendremos que parar tan a menudo y llegaremos más deprisa.

—Pero yo quiero parar. Me duele...

Artyb la hizo callar con una mala mirada, aunque ella se frotó los pies de todas formas. No creía que de verdad le dolieran los pies, pero me había visto hacer el gesto tantas veces que quizá lo había memorizado ya.

Luz dorada y espadas olvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora