Capítulo 13

593 52 33
                                    

ZELDA

Estaba en casa. Cuando abrí los ojos y vi el techo familiar, pensé que todo había sido una pesadilla. Que me había imaginado que estaba encerrada en una prisión oscura otra vez, como solía suceder durante los primeros días tras la derrota del Cataclismo.

Había algo que se me estaba olvidando. Algo importante. Hice memoria, esforzándome por recordarlo. Sin embargo, la llegada del curandero me distrajo de pronto.

—Tienes mejor aspecto, niña —dijo—. ¿Cómo te encuentras?

Me descubrí pensando que no era yo quien debía estar bajo los cuidados del curandero. Me senté contra los cojines, y la debilidad que me atenazaba el cuerpo me sorprendió. Por un horrible instante fue como si, de nuevo, hubiera vuelto a los primeros días tras el Cataclismo, cuando había estado tan débil que ni siquiera podía andar por mi propio pie.

—No lo entiendo —dije, y mi voz sonó como un susurro ronco—. ¿Qué ha ocurrido?

Link apareció bajo el umbral entonces. Tenía un aspecto horrible. Estaba pálido y tenía círculos oscuros bajo los ojos. Incluso la sombra de la barba había dejado de ser una sombra y parecía más prominente que de costumbre, tanto que cualquiera podría apreciarla a simple vista. El alivio en sus ojos hizo un contraste extraño con su expresión sombría.

—Dejaré que tu esposo te lo explique —dijo el curandero. Asintió en dirección a Link y le susurró algo al oído. Él asintió también. Luego se marchó escaleras abajo. Poco después escuché como la puerta de la casa se cerraba con suavidad.

Él se mantuvo muy quieto, al otro lado de la habitación. Diosas, cuánto deseaba estirar el brazo y hacer que se acercara más, solo para abrazarlo y besarlo de una vez por todas. Había estado fuera por casi dos lunas. Una eternidad. Lo había necesitado a mi lado tantas veces que había perdido la cuenta.

—Gracias por sacarme de ahí —le dije, rompiendo el silencio. Mi voz seguía sonando ronca—. Supongo que ahora estamos en paz.

Él apretó los labios. Leí la duda en sus ojos, y al instante supe que algo iba mal. Intenté recordar de nuevo. Sentía la cabeza embotada, como si estuviera sumergida en aguas gélidas, pero lo ocurrido era más importante. Vi en mi memoria un resplandor de luz dorada, pero eso fue todo.

—¿Link? —lo llamé, esa vez con voz temblorosa.

Él inspiró hondo y se sentó en el borde de nuestra cama. Me tomó del rostro sin previo aviso y me besó con cierta brusquedad. Me quedé sin aliento, aunque luego permití que me besara con más ahínco. Me aferré a los bordes de su túnica, pensando en lo mucho que lo había echado de menos. Nunca lo dejaría partir durante tanto tiempo.

Fui a decírselo, pero entonces él se separó y pasó un instante en silencio antes de abrir los ojos. El dolor en ellos hizo que mi corazón se hundiera.

—¿Link? ¿Qué ocurre?

Link juntó su frente con la mía. Yo pasé una mano temblorosa por su espalda, intentando calmar sus nervios. Sentía los músculos tensos bajo la tela de la túnica.

—Te di ese veneno para dormir —murmuró— después de ayudarte a darte un baño. No podía tranquilizarte, Zelda.

Fruncí el ceño.

—¿Qué? ¿Por qué?

Él se separó y me miró con los ojos muy abiertos.

—¿No recuerdas lo que pasó anoche?

Sacudí la cabeza.

—No lo sé. Está borroso. ¿Eso es malo?

Él suspiró y tomó mi mano. La suya estaba cálida, y el cosquilleo agradable se extendió por todo mi cuerpo. Acabó con el entumecimiento de los pies, y pude mover los dedos con normalidad bajo las mantas.

Luz dorada y espadas olvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora