That Time i Got Reincarnated as a Slime

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Tensei Shitara Slime Datta Ken (That Time i Got Reincarnated as a Slime, o Aquella Vez que me Reencarné en un Slime), es una serie de novelas ligeras escritas por Fuze e ilustradas por Mitz Vah. Su éxito les valió adaptaciones a mangas, dos temporadas de animé, un spinoff titulado The Slime Diaries y una película a estrenarse en noviembre de 2022, con el título de That Time i Got Reincarnated as a Slime: Scarlet Bond. La historia nos presenta a Satoru Mikami, un asalariado de 37 años que está bastante conforme con su vida hasta el momento en que muere apuñalado por un ladrón. En sus últimos momentos una voz misteriosa le va enumerando habilidades que harán de su siguiente vida algo más fácil, y en efecto se reencarna como un slime muy especial capaz de absorber cualquier habilidad o poder de aquello que consuma. Pero no solo eso, si no que su encuentro con el poderoso dragón Veldora lo proveerá de un nuevo nombre y con él de un destino excepcional.

 Pero no solo eso, si no que su encuentro con el poderoso dragón Veldora lo proveerá de un nuevo nombre y con él de un destino excepcional

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A pesar de que la población mágica del Reino Unido era casi tan numerosa como la población muggle, no existían demasiados sitios exclusivos para ellos. Estaba el pueblo de Hogsmeade, claro, famoso por ser el más cercano a Hogwarts y por lo tanto punto de encuentro de profesores, alumnos y turistas en general. Estaba el Callejón Diagon de Londres, que aunque no era un poblado era un sitio seguro y libre para cuanto negocio mágico existiera, además de tener al Caldero Chorreante como posada. Pero fuera de esos ejemplos concretos y algunos otros repartidos en el reino, la gran mayoría de magos y brujas vivían entre muggles, trabajaban e iban al colegio con los no magos y escondían sus verdaderas identidades como lo ordenaba el Estatuto del Secreto. Ni que decir tiene que si esto era así para los humanos era mucho peor para las criaturas mágicas con inteligencia, los semi humanos, cuyos derechos eran más bien pocos en la sociedad mágica a pesar de sus capacidades. Para elfos domésticos, centauros, fantasmas y muchos otras razas, la supervivencia se había vuelto un desafío. 

-Esto no es posible- murmuró Rimuru al ver lo mustio que estaba el patio de la granja.- ¿Cómo cosecharé alimentos si la tierra es tan poco fértil? ¡Esa poción revitalizadora no sirvió para nada, solo me hizo perder tiempo y dinero!

Con frustración arrojó su sombrero al piso y se sentó a pensar en qué haría para remediar aquel desastre, porque no podía solo lamentarse. Tenía que hacer algo si quería que su inversión fuera rentable y no un camino sin retorno hacia la pobreza.

Había trabajado durante años en un puesto menor del Ministerio de la Magia, antes de lograr un ascenso que le permitió mejorar su situación. Sin embargo, la política podía ser lo bastante retorcida como para arruinarle la vida a cualquiera, por lo que sus nuevas responsabilidades no tardaron en volverse cadenas de hierro que lo asfixiaban sin remedio. Lo asqueaba el modo en que algunos de sus colegas se referían a la superioridad de los magos como algo "natural", como si haber nacido humanos y con magia los volviera automáticamente superiores. Él no podía ser así, no era arrogante y no quería serlo. No le agradaba tener elfos domésticos que lo sirvieran solo por tener un buen puesto ministerial, no disfrutaba de las reuniones en las que se debatía sobre quitarles territorio a los centauros o bajar el presupuesto para ayudar a los refugios de animales mágicos abandonados. Por todo eso y más fue que tuvo un colapso nervioso que lo terminó llevando a San Mungo, donde quedó internado una semana en observación. Al salir del hospital no tuvo dudas sobre lo que debía hacer: regresó al ministerio, redactó su carta de renuncia y se la envió al ministro sin perder tiempo, enviando a la lechuza mientras él recogía sus cosas. Después de eso usó su oro para comprar una granja y alejarse lo más posible de la sociedad, con la idea de empezar una nueva vida totalmente de cero.

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