Capítulo 1. - Donde alguna vez hubo un nosotros.

24 2 11
                                    


Oliver:

Christopher Hacker... inicio y fin de todo este caos.

Entre sonrisas coquetas y dulces miradas, vaya que el apellido Hacker era complejo... quizás peligroso. De una manera tan encantadora de la que solo ellos sabían ser, inusual.

Lo suficiente para aún recordar cómo llegué a ellos.

La cafetería en la que trabajaba estaba abarrotada de clientes, y de un momento a otro...-

— ¡Café! —escucho el apodo junto a esa pequeña y aniñada voz, una sonrisa automáticamente formándose en mi rostro.

— Buenos días, corazón. —respondo, sin embargo no volteo a su llamado— dame un segundo y ya estoy contigo, ¿está bien? — explico con dulzura, ocupado con una bandeja repleta de pedidos con la que debía de ser cuidadoso porque de lo contrario haría un...-

...desastre.

Ladeo la cabeza en dirección a cierto pequeño ahora en mi regazo, y no puedo enojarme con él a pesar de que volvió toda la barra un desastre.

Ese pequeño rostro de bebé a solo centímetros del mío me lo hace imposible y solo rio, suspirando después.

— ¿Otra vez tú, enano? —acaricio su cabeza con cariño, deteniéndome en lo que mi mirada pasa a cierto chico de cabellera rubia que provoca un rubor inmediato en mis mejillas.

— Rojo —escucho susurrar a un mini Chris emocionado, señalando mis mejillas con obviedad, pero no me doy tiempo de avergonzarme a mí mismo cómo de costumbre.

— ¿Lo mismo... de siempre? —balbuceo torpemente.

Siempre me volvía torpe alrededor suyo y en un principio no quise admitir su por qué, pero eso de acallar mis sentimientos cómo si de un botón de encendido y apagado se tratase, no me iba bien.

Y por supuesto que él no sería la excepción, pero vaya que podía mentirme a mí mismo haciéndome creer que sí.

Todo había sido muy complejo, todo era complejo si se trataba de ellos. Y era irónica la manera dolorosa en que había acabado todo teniendo en cuenta la fachada de dulzura con la que empezó.

Dolorosa para mí, aunque aquello no importase en lo absoluto, porque ya estaba acostumbrado. Mi función siempre había sido velar por el bienestar de todos aún si perjudicaba el mío, y así fue, en realidad, cómo acabó todo.

Fui yo quien arruinó todo desde un principio mezclando sentimientos, sabiendo perfectamente cuál era mi papel en todo esto, y era por eso que ahora lloraba sin consuelo en medio de un sitio cualquiera. Me parecía que era una plaza, ¿o un parque...? en realidad, no lo sabía. Solo podía concentrarme en hacer el torpe intento de no desmoronarme allí mismo.

Me cuesta respirar y aunque intento buscar algún tipo de calma en los buenos recuerdos, no puedo. Porque vaya que cada pequeña parte de lo sucedido se había incrustado muy al fondo de mi corazón, aún siendo consciente de que este podría haber sido el resultado.

Los sentimientos me dominaban, y los dejaría hacerlo una y otra vez con tal de ver aquella sonrisa y sentir todas esas mariposas en mi estómago una última vez.

Porque a fin de cuentas, así llegué a ti.

Café con motas de vainilla.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora