Capítulo 2. - Donde alguna vez hubo un nosotros.

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Tras hacer una extensa lista de todo lo que podría salir mal, por fin había tomado una decisión.

Y no precisamente la opción correcta.

Todo se resumía a un solo nombre: Vincent Hacker.

El maravilloso chico de cabellera rubia y ojos miel tan brillantes que aún sin quererlo robaba cada uno de mis suspiros.

Y hoy por fin había tomado la desastrosa decisión de hacérselo saber, empezaría con algo... simple.

Saldría con él... en una cita.

Y definitivamente comenzaría a arrepentirme si seguía pensando en ello sin descanso.

Si se lo preguntan, no soy gay. O al menos hasta dónde yo supiera, no lo era.

En realidad, el tema en torno a mi sexualidad era muy incierto, y digamos que tampoco era algo a lo que diera demasiado cuidado. Me criaron cómo cómo a cualquiera chico, sin embargo todo aquello se distorsionaba cuándo me quedaba mucho tiempo más del necesario viendo a un chico, en algunas situaciones hasta coqueteaba descaradamente con ellos y me dije que aquello debía significar algo, así que no estaba cerrado a la posibilidad de que me gustasen las personas de mí mismo sexo.

Todo rastro de valentía abandona mi cuerpo cuando reconozco aquel rostro que no me dejaba dormir por las noches y de repente siento mis piernas volverse gelatina.

De todas formas no iba a arrepentirme luego de pensarlo tanto, le diría lo que sentía sin rodeos, y...-

— ¡Cafecito! —mi mirada baja hacia la voz que me saca de mis pensamientos y reconozco a Chris, vuelvo a subirla hacia Vinnie.

Aunque mentalmente me reclamo a mí mismo por quedarme viéndolo tan fijamente por tanto tiempo, debe pensar que soy un raro. Bueno... lo soy, pero es qué eso no viene al tema ahora.

Carraspeo a modo de hacerme volver en mí mismo y sonrío, agachándome a la altura de Chris para alzarlo en brazos cómo ya me era costumbre. Vinnie solía venir al café a menudo desde que tengo memoria junto a sus dos adorables hijos.

Christopher Hacker, que por alguna extraña razón tiene una fascinación increíble por mí persona —cosa que adoraba profundamente—. Estaba por cumplir 6 añitos, y era por completo distinto a su papá. Su cabello, al contrario del rubio cenizo de Vinnie, era oscuro, castaño. Sus ojos no tienen algún atisbo del color miel de los suyos, pues son por completo, una mezcla entre azul y verde claro, solo pequeñas notas de este último pero soy muy bonitos, en realidad.

Christopher suele ser un amor de persona en lo que a mí respecta y a nivel general también, según he podido notar.

Por otro lado, está la pequeña Lana Hacker. Si... esa niña me odia.

Me odiaba a mí, a mi simple existencia y todo lo que me incluyera. ¡También a mis maravillosos panqueques!, lo cuál era por completo un insulto puesto que eran mi platillo estrella, y sus preferidos desde que tienen uso de razón, según Vinnie.

Ella era por completo la versión femenina de Vinnie, cabello rubio con rulos marcados, ojos miel, y... desde el primer día había presentado un odio inexplicable hacia mí, al contrario de su hermano, Chris.

— Cafecito... —balbucea Chris, llamando mi atención— ¿patetes? —asiento y rio por cómo aún ambos mantienen su peculiar manera de llamarle a los panqueques desde pequeños.

— Sí, mi vida. Ya voy. —acaricio su mejilla con dulzura y cómo ya me es costumbre, lo llevo conmigo, permitiéndole ayudarme con algunos pedidos fáciles, tal y cómo siempre acostumbra a pedirme.

Mentiría si dijera que no estaba encariñado con este estilo de vida.

— Sus... órdenes ya están listas. —digo acercándome a la mesa de Vinnie. Sonrío apenado, con un dulce Chris aferrado a mi delantal entre sus puñitos cómo si su vida dependiese de ello, negándose a soltarse a pesar de ya haberle insistido lo suficiente.

— Pareces una pulguita, ven acá. —dice Vincent en respuesta y yo siento que me derrito por la dulzura con la que se dirige siempre hacía sus hijos.

Chris se escabulle y logrando llegar hasta mi espalda, esquiva el agarre de Vinnie y me abraza con fuerza, casi podría jurar que posesivamente.

— Café mío. —dice y le entrecierra los ojos a Vinnie, este sonríe divertido.

— Tú definitivamente tienes una obsesión por el café —logra separar a Chris de mí, y suspira— yo tomaré esto, y... creo que nos-... —rio cuándo lo noto fruncir el ceño al ver que sus hijos se escapan de su agarre en dirección al pequeño parque del café.— vamos. —bufa.

— Son unos niños preciosos —digo en su lugar ante el silencio— aunque, me da la impresión de que no le agrado demasiado a Lana. — inevitablemente hago una mueca y el ríe ante ello.

— Si, ella... digamos que no es muy amigable con todo el mundo, así que no le cae bien casi nadie — explica y yo solo asiento, suspirando al notar cómo llegan más clientes, sabiendo que es mi señal para abandonarlo y cumplir con mi turno.

— Si, yo... debería irme, y... —me detengo, sintiendo el sonrojo apresurarse a mis mejillas.

<< Es ahora o nunca. >>

— En realidad, yo... no sé si esto vaya en contra de las políticas del café, pero... me preguntaba si tú, es decir... —Vinnie con su mirada curiosa puesta sobre mí, y yo jugueteando con mis dedos preso de los nervios.

<< Respira... >>me digo a mí mismo, y eso hago, calmándome entre palabras de aliento de mí para mí. Y con eso me basta para agarrar el suficiente valor y finalmente...-

— Me preguntaba si te gustaría salir conmigo, a... algún otro lugar que no sea aquí cómo cliente-mesero, digamos que me llamas la atención, y... — mi voz se apaga cuándo los pensamientos bloquean mi mente y trago grueso, quedándome en blanco.

Y lo siguiente que hago es, bueno... irme.

Café con motas de vainilla.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora