CAPITULO 31

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Min Juwon caminaba de un extremo a otro con la rabia latente en los destellos plata de sus ojos y el grosor de su aroma dominante. Después del asesinato de Jeon Hyunsuk y la horda de sus soldados, el alfa Líder mando llamar a Yongsun y entregarle la cabeza que pagaría el precio del omega Índigo, pero grande fue su furia al ser notificado del asesinato de los alfas que custodiaban los aposentos de la Líder Jung y la desaparición de la misma. 

Había sido timado y Jung Yongsun sufriría las consecuencias de su ignominia.

Juwon proclamo inmediatamente la orden de toque de queda, sellando la entrada principal de la ciudadela y suspendiendo las salidas de las flotas del puerto de Hanok. Cientos de soldados se movilizaron por las calles de su dominio e irrumpieron viviendas con el objetivo de encontrar a la mujer roja que burló a su Líder.

Un grupo de soldados se dirigieron hacia la posada de la vieja Yuri, donde muchas veces encontraron placer en la exótica belleza de sus mozos. El lugar se encontraba cerrado y los soldados alfas no encontraron sospechoso ese hecho, después de todo estaban bajo una orden de toque de queda. Llamaron a la puerta con voz dominante, sabiendo que dentro del recinto solo residían cambiaformas de castas inferiores. La vieja beta, propietaria del lugar, asistió al llamado insistente entreabriendo la puerta en una delgada rendija, donde uno de sus ojos grises lograban verse con dificultad. 

—¿Puedo ayudarlos en algo? —cuestiono con un tono sobreactuado de amabilidad.

—¡Será mejor que coopere vieja y abra esa puerta de inmediato! —demando uno de los soldados.

—Dejemos la violencia para un campo de batalla —emitió la mujer con voz suave, evitando reflejar la cavilación de sus emociones—. Los conozco de muchos años y siempre recibieron de mi parte un trato cortes y la sumisión de mis joyas más preciosas —continuo la anciana, ganándose un fuerte empujón que la hizo trastabillar y caer sobre su espalda.

—Déjese de estupideces que no tenemos mucho tiempo —hablo el mismo soldado que arremetió contra la puerta y que con prontitud se encamino junto a sus compañeros a irrumpir toda la estancia de dos pisos.

Escudriñaron hasta los lugares más recónditos de la posada, sin ningún rastro de la mujer roja y ni mucho menos de los omegas considerados como joyas de placer. Desconcertados y furiosos por el resultado, regresaron al primer piso, encontrando a la vieja beta sentada en una silla, siseando palabras de dolor. 

—¿Dónde están los omegas? —inquirió uno de los alfas, con un atisbo de voz de mando.

La mujer elevo la mirada. Sus ojos grises bordeadas de marcadas arrugas, emitían una frialdad escalofriante, contrario a la destellante amabilidad que siempre parecían expresar. 

—Esos malditos hijos de puta —mascullo entre dientes—. Ellos solo eran basura. ¡Yo los acogí brindándoles techo, vestimenta y comida! ¿Y los muy bastardos como me pagan? ¡Rebelándose ante mi autoridad! Y todo por culpa de los ideales de ese omega zafiro. Nunca debí aceptar el dinero de la mujer roja. ¡Maldita mujer roja! ¡Maldita mi suerte! ¡Malditos todos ustedes! —la anciana en un movimiento sorpresivo saco un puñal de la manga de su vestido y arremetió contra su propia yugular. 

Los soldados quedaron estupefactos, observando caer el cuerpo agonizante y la sangre manchar a borbotones el piso de madera calada.

Tenían una importante confesión entre manos, que debía ser notificada con prontitud a su líder, pero sus planes se vieron interrumpidos al llegar al establo detrás de la posada. Sus caballos habían desaparecido y antes de que pudieran preguntarse lo sucedido, los cuatro soldados fueron noqueados en un ataque sorpresivo.  

INDIGO (Namjin) /COMPLETA/EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora