Prólogo

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—Perdóname, padre, porque he pecado —inspiró profundamente, estar dentro del confesionario siempre hacía que le faltara el aire como si no le fuera posible respirar. La migraña habitual ya comenzaba a formarse también—. Los crímenes que he cometido, los he hecho sin remordimientos, y los volveré a hacer del mismo modo.

—¿Qué has hecho, hija?

—He mentido, más veces de las que puedo recordar. Y he engañado a más personas de las que puedo contar. He tenido relaciones sexuales pre-matrimoniales, no es como si eso me importe pero creo que el viejo libro lo señala como algo malo también —escuchó al otro hombre aclararse la garganta ante sus palabras y continuó—. He robado sin ser atrapada y no he devuelto nada, tampoco planeo hacerlo.

—Eso no está bien.

—He torturado, con cierto placer debo admitir. Física y psicológicamente. Y he matado, por encargo, pero también porque lo he deseado. Soy una persona cuyos demonios internos son muy fuertes, y a veces me cuesta controlarlos. Me esfuerzo por eso, intento hacerlo, pero la oscuridad de mis pensamientos es tentadora y a veces más fácil. Algunos dicen ser malas personas, no lo son. Existen degenerados, depravados, psicópatas, sociópatas, criminales que juegan con la oscuridad. Enfermos mentales, pero enfermos a fin y a cabo, culpables ya que no se hacen cargo de sus acciones e intentan buscar una medicina o recibir tratamiento. ¿Pero la verdadera oscuridad? Esa infecta mi corazón como la putrefacción avanzando sobre un fruto, convirtiendo lo dulce en amargo y corrompiéndolo hasta dejar una cáscara muerta. Lucho constantemente contra esta, pero sigo pecando por voluntad y con placer. Es incontrolable. Puedo redireccionar esa oscuridad, ocultarla bajo órdenes divinas y actos dichos nobles, pero aunque sea una asesina en nombre del bien, eso no cambia mi naturaleza. He roto todos los mandamientos posibles y por haber, y no me arrepiento. He bebido para olvidar y deseado el mal a otros por simple envidia. Disfruto del mal ajeno, envidio a aquellos cuyas vidas son mejores que la mía. He hecho trato con paganos y recurrido a artes oscuras. Oh, y creo que le rompí la rodilla a mi ex.

—¿Qué? —el grito del padre rebotó en toda la cabina, ella se sintió ligeramente sorprendida por su reacción y escuchó el sonido de la ventanilla al correrse para que el hombre pudiera mirarla directamente con su incrédula expresión—. ¿Has lesionado a Olivier? ¿Otra vez, Michaela?

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