No le gustaba decir adiós, quizás por eso no tenía muchos amigos. Era algo simple de entender, a nadie le gustaba despedirse. Y despedirse de Luc implicaba decirle adiós a la comida gratis también. Su estómago protestó enseguida por eso, o tal vez porque no recordaba cuándo había comido por última vez. Entrenamiento, se dijo mientras caminaba fuera del aeropuerto, simple preparación para lo que le esperaba.
La pluma no parecía en nada diferente a las demás que ella había visto en el café, quizás un poco más gastada, pero si Luc decía que era la misma que había salvado a McKenzie... Mica la guardó con cuidado dentro de su abrigo, no deseaba que la Iglesia se la arrebatara. Un capricho, pero quizás el único que podía permitirse en ese momento. No podía pensar en una sola ocasión que hubiera guardado algún souvenir de un caso. Ese lo merecía.
No miró atrás. Tampoco se molestó en responder el móvil. De todos modos un vehículo ya estaba esperándola fuera del aeropuerto. El padre David había sido directo esa mañana al decirle que la Iglesia no le había concedido el permiso y debía cumplir de inmediato con el tiempo de meditación. Ella quizás había cometido un error al escapar de su piso en ese mismo momento, pero había tenido que mantener su palabra.
No debió ser muy difícil encontrarla. Ella tampoco se molestó en intentar huir. Simplemente se montó al vehículo, y no dijo nada cuando este emprendió marcha. Con calma se quitó su chaqueta y la dobló para dejarla a un lado. Una a una se deshizo de todas sus pertenencias personales. Solo se permitió conservar el rosario, porque cuando la desesperación la alcanzara, sería lo único que tendría para mantenerse del lado de la luz.
Podría haber huido. Podría haber comprado un pasaje a cualquier lado para abandonar Roma, o incluso haber seguido a Luc. Él parecía del tipo que la habría aceptado de regreso en el café, y ella tenía suficiente dinero ahorrado como para vivir mil vidas sin preocupaciones, pero entonces... Azazel siempre rompía lo que le gustaba. El pasado en algún momento se hubiera sabido. Arabella nunca la abandonaría del todo.
Quizás eso era lo injusto de la vida. Sus errores siempre la perseguirían sin importar cuánto tiempo pasase. Luc merecía paz luego de todo lo que había sucedido. Si ella lo seguía... entonces toda su oscuridad lo haría también. Si él se mantenía fuera de los problemas, nunca más tendría que preocuparse por asuntos demoníacos. No era tan fácil para Mica, no se podía escapar de su propia sangre.
—Perdóname padre, porque he pecado —murmuró una vez estuvo de nuevo en el confesionario—. He desobedecido órdenes directas de la Iglesia, sin remordimiento alguno. He intentado corromper un alma con lujuria, sin éxito alguno lamentablemente.
—No están para nada contentos, creen que quisiste huir —respondió el padre David.
—¿No soy libre de abandonar mis servicios cuando lo desee?
—Hiciste un juramento.
—A menudo digo muchas cosas sin pensar —ella suspiró—. De todos modos, no es como si tuviera otra opción.
—Eres libre de hacer lo que desees.
—Deseo morir, pero mientras Zabulon deambule por este mundo, eso será imposible. La Iglesia tiene un buen monitoreo de actividad demoníaca, algún día lo encontraré y nos pondré fin.
—El suicidio es un pecado.
—¿Hay algo que no lo sea?
—La muerte no debe ser ansiada, ni esperada. Vendrá por todos nosotros algún día, pero no ganarás nada buscándola.
—Se está tomando su tiempo conmigo. ¿Cuánto será esta vez?
—Lo desconozco.
—¿Y castigo físico?

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Inflexión
ParanormaleMichaela Servadio está segura de una cosa: su alma se encuentra muy lejos de la salvación. Condenada por su sangre, juró servirle a la Iglesia y ayudar a lidiar con sus asuntos demoníacos en un intento por redimirse aun cuando su fe es tan inexisten...