Su mano libre estaba temblando de nuevo.
Llevaba varios minutos así, y Mica tuvo que terminar la llamada al temer que el frío se extendiera más allá de la punta de sus dedos. Suspiró con tristeza, hubiera deseado escuchar la voz de Luc un poco más, siempre tan relajado y seguro de sí mismo. Mica no estaba segura. Su tic nunca era una buena señal. Ella deseaba salir a jugar, y no había modo alguno en que Mica fuera a permitirlo.
Era doloroso ver los cortes en sus manos o el modo en que los huesos sobresalían. Se había negado a pesarse, porque ver el número ridículamente bajo que temía solo confirmaría lo que ya sabía. Necesitaba recuperarse cuanto antes. Su voluntad siempre era más débil cuando su cuerpo no se encontraba bien.
Dobló las piernas y apoyó la frente sobre sus rodillas, el móvil sin peso alguno en su otra mano. Había sido una mentira piadosa. No había nada malo en mentir, si de ese modo evitaba dañar a otros. Aunque temía que la mentira hubiera sido más hacia ella misma, que hacia Luc. Un caso definitivamente sonaba mejor a lo que en realidad había padecido.
Había sonreído como una tonta al recuperar su móvil, Andrea habiendo robado sus pertenencias del Vaticano antes de pasar por ella, y ver todos los mensajes de su parte, para luego tener que destruirlo y evitar cualquier rastreo. Le hubiera gustado poder guardarlos. Le hubiera gustado poder correr directo a él, para reclamarle por todos los secretos que callaba y que vendara de nuevo sus heridas, pero no deseaba ser vista en tal estado.
Levantó la cabeza al escuchar el ruido de la puerta. Andrea entró con una bolsa con desayuno en una mano y un libro nuevo en otro. Lo lanzó en su dirección sin siquiera mirarla. Mica lo observó caer delante de sus pies sobre la cama, otro más que sumarse a la pila sobre la mesa de noche. Se sentía como una prisionera sin poder salir del cuarto de hotel, pero su cuerpo no se encontraba en condiciones para valerse por su cuenta, y con la Iglesia seguramente buscándolos y los demonios siempre atentos a cualquier posibilidad de intentar empujarlos por mal camino, no podía arriesgarse.
—¿De qué es? —preguntó.
—Fantasía. Algo sobre una princesa perdida y un mundo lleno de monstruos —respondió Andrea sin darle importancia—. Nunca vayas por los libros más vendidos, estoy seguro que los demonios andan teniendo influencia en las editoriales con promocionar cosas tóxicas y venenosas para la mente.
—¿Es cierto?
—El morbo siempre vende. Intenta que esta vez te dure más que un día —su mirada se desvió a su mano todavía temblando—. Tienes que distraer la mente para apaciguarla. Dicen que mataste a Arabella, por eso la Iglesia quiso tus servicios.
—¿Sabes de ella?
—Cualquiera que haya vivido lo suficiente, alguna vez escuchó de ella. Peor que cualquier demonio, eso decían entonces. Tenía un arte en sus manos, llevaba a sus víctimas al borde de la muerte y lograba mantenerlas allí por una eternidad si así lo deseaba, demasiado paciente y experta en tortura. Es difícil creer que alguien haya logrado matarla. ¿Es cierto?
—No.
—Otros dicen que la atrapaste en tu cuerpo. ¿Eso es cierto?
—Tampoco —admitió Mica.
—¿Entonces cuál es la verdad?
—La que yo desee que sea. A veces, si repites una mentira por demasiado tiempo, hasta tú comienzas a creerlo —Mica levantó su mano temblando para poder mirarla—. Mi mamá solía decir que cuando un alma se rompe, todo dentro de uno lo hace. Mente, personalidad, corazón. Había una chica llamada Michaela, y había una chica llamada Arabella. Una se quebró, la otra no lo hizo. Una murió en Venezia demasiados siglos atrás, la otra se refugió en la Iglesia creyendo que allí los demonios no podrían alcanzarla de nuevo.

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Inflexión
ParanormalMichaela Servadio está segura de una cosa: su alma se encuentra muy lejos de la salvación. Condenada por su sangre, juró servirle a la Iglesia y ayudar a lidiar con sus asuntos demoníacos en un intento por redimirse aun cuando su fe es tan inexisten...