III

6.7K 761 84
                                    


All the lonely people,

Where do they all come from?

All the lonely people,

Where do they all belong?

El chico era aburrido. Ella había revisado toda su cocina, y no había encontrado un solo dulce. Tampoco una hamburguesa. Y mucho menos algo rico para desayunar. ¿Era mucho pedir un Quik? De haber estado en el hotel, habría hecho abuso del servicio a la habitación. Después de todo, era el grandote quien pagaba. ¿Pero estando en el piso de otro?

El departamento no era mucho más grande que el suyo, aunque debía reconocer que la cocina sí lo era y había sufrido la ausencia de un sillón. El joven claramente no debía de recibir visitas o estar acostumbrado a compañía durante las noches como para no contar con uno. Su espalda se estaba quejando por la horrible posición en la que había dormido en la única silla que había encontrado. El padre David no podría decir que ella no hacía sacrificios.

Lucien Monange, francés, veintidós años, era increíble lo que se podía aprender a partir de la billetera de un hombre. Había encontrado unos buenos billetes dentro para quedarse y una metrocard que esperaba estuviera cargada. A esta altura, Mica ya había comenzado a anotar sus pecados en su teléfono para no olvidarse ninguno.

No era un humano normal, de eso estaba segura. De hecho, ella ni siquiera creía que fuera humano del todo. ¿Que apestaba a agua bendita? El agua no tenía aroma como para que ella pudiera apestar a tal. Y luego estaba el asunto de la conversación que había llegado a oír, él sabía del nexus meus. Sabía sobre McKenzie también, lo suficiente como para develar su mentira. En conclusión, Luc Monange era un sujeto digno de observación.

Lo escuchó gemir con dolor al despertarse, ella había tenido que golpearlo con una lámpara para noquearlo así que no dudaba del buen recuerdo que le había grabado. Lo había dejado dormir toda la mañana, más tiempo para que pudiera revisar su departamento y bajar a la tienda de la esquina por una caja de cereales. Seguirlo la noche anterior no le había costado, tampoco el meterse a su piso. Allanamiento de morada anotado para la próxima confesión.

—Dame una buena razón para no llamar a la policía —dijo él, su voz cargada con su fuerte acento.

—¿No puedes moverte? —aventó ella.

Un francés y una italiana se hablan en inglés encerrados en una habitación... su mente todavía estaba ideando el giro del chiste, pero ya lo conseguiría. Metió la mano dentro de la caja y se llevó más cereal a la boca. Él en serio no podía moverse, Mica había buscado en su armario cada cinturón posible y lo había inmovilizado en su cama, cada extremidad atada a una punta. Podía intentarlo todo lo que quisiera, el cuero no cedería.

—¿Atarme semi-desnudo era necesario? —preguntó Luc y ella se encogió de hombros.

—Una chica tiene que disfrutar con lo que puede. Buen físico, por cierto. ¿Vas al gimnasio seguido? Luces mejor que mi ex.

—¿A él también lo atabas a la cama?

—¿Todos los días recibes tantos mensajes de mujeres? —preguntó Mica cogiendo su teléfono—. Incluso a mí me sorprende la cantidad. Todos mensajes avisando dónde y cómo se encuentran, bastante espeluznante de hecho. ¿Eres un hombre controlador, Lucien?

—Son mi familia —respondió mirándola fríamente.

—No lo compro.

—¿Me juzgas por preocuparme por mi familia, cuando me atacaste y me tienes atado?

—Eres un sospechoso.

—Soy inocente.

Ella dejó el cereal a un lado y se puso de pie. Había revisado el móvil de él sin encontrar mención alguna de McKenzie, tampoco algo que lo relacionara en su departamento. Lo único por lo que había decidido no ceder con este sujeto, era por el maletín que había encontrado debajo de su cama con todas las chucherías supuestamente mágicas que se vendían en el café, todas piezas sueltas para armar en esas trampas, incluidas plumas blancas.

InflexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora