XXII

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Mica acomodó los auriculares en su cabeza. Debería habérselos robado a Willa del momento en que se los había visto. Eran acolchados, tenían un excellence sonido y lo más importante, la aislaban completamente del mundo, lo cual era un plus increíble cuando la otra chica estaba gritando. No podía escucharla, la fuerte música y el ritmo pesado eran lo único que oía, y se había tomado el cuidado de amordazar a Willa también, aunque a juzgar por su expresión eso no la detenía de gritar.

¿No le había advertido? ¿No le había dado la oportunidad de retirarse? Tan solo... Estaba tan cansada de controlarse. Willa siempre la había odiado, y no le había sorprendido que hubiera sido la primera en salir a su caza cuando la Iglesia lo había pedido, pero quizás en el fondo había esperado que no fuera así. Eso era lo peor, cuando sabía cómo las personas eran en realidad y de todos modos tenía la esperanza de estar equivocada.

No había querido, o tal vez sí, pero ahora su mano ya no temblaba y su cuerpo se sentía más fuerte. Nada como arrastrar a Willa dentro de las catacumbas para demostrarse a sí misma que no estaba tan débil como Andrea creía. Podía hacerlo. Podía ponerse un límite. Podía controlarse. Pero necesitaba un instante para que toda la energía reprimida saliera, o temía que sería peor luego.

Además, la otra joven era una cobarde. No le había hecho nada o, al menos, no lo estaba sintiendo. Había algo simplemente fabuloso en tener una memoria tan mala como Mica tenía para sus vidas pasadas, y eso era que había aprendido a memorizar cuanto pudiera en una sola vida en el menor tiempo posible para compensarlo. Una mirada, a veces simplemente eso bastaba.

Se había tomado su tiempo, mientras la otra chica estaba inconsciente. Con esmero había dibujado el círculo del nexus meus, copiado la escritura demoniaca, asegurado que todo fuera tal cual el juego actual. Y luego, se había ocupado de convocar un demonio, porque de algo debía servir que Willa fuera una bastarda tan maldita como ella. Los demonios eran sencillos de invocar si se tenía algo de ellos. No Zabulon, Mica se había desangrado en intentos por convocarlo sin resultado alguno.

Un demonio mayor atrapado en un pentagrama, una especialista atada dentro de un circulo del nexus meus, era un buen resultado considerando el estado de su cuerpo. Arabella estaba demasiado complacida, susurrándole por más. Se lo merecían. Ambos. Padre e hija. Y, lo fascinante era, que el nexus meus seguía funcionando como ella lo recordaba. No la versión que había probado con Luc, demasiado inocente y débil, pero aquella a la que Azazel originalmente la había arrastrado, donde el trato con un demonio implicaba que este fuera también el ancla.

Los demonios eran difíciles de torturar, no sentían dolor físico, pero dolor proyectado a través de uno de sus súbditos, un descendiente de sangre directa... Apenas se contuvo de sonreír al clavar la navaja en el dedo de Willa, la uña se desprendió en su totalidad de un simple movimiento. La joven gritó a pesar de no sentir nada. Débil. El demonio gritó más. Eso era lo hermoso de torturar demonios, como eran incapaces de sentir dolor, la mínima agonía les resultaba insoportable.

—No hubiera pensado que eras impresionable —comentó ella y arrancó otra uña de raíz—. No sientes nada. Tu papi sí. Sabía que sería fuerte, tenía que serlo si sobreviviste más que cualquier otro mestizo. ¿Pero Valak? Todo este tiempo, la hija del presidente del infierno a mi alcance, y lo desperdicié.

Oh, debería haberse aprovechado de ello antes. Se detuvo a la tercer uña. No sabía qué estaba diciendo Willa. No podía escuchar nada por encima del fuerte volumen de la música. Sus manos no vacilaban, sus dedos conocían al milímetro exacto los movimientos. Demasiada experiencia, los años y las vidas no la habían borrado. E intentó no pensar en otro tiempo y otra celda, en un joven enamorado muriendo frente a ella y la cruel risa de Arabella ante la pareja rota.

InflexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora