XX

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Crack.

Mica abrió los ojos enseguida al escuchar el primer crujido. Todo su cuerpo se tensó en alerta. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Su garganta dolía por el tiempo sin beber, sus músculos estaban agarrotados por la falta de movimiento, su cuerpo se encontraba en el estado más crudo de supervivencia.

Crack.

Se enderezó enseguida, ignorando el dolor en su espalda. No había nadie a la vista. No había armas a mano. El sonido era el inconfundible crujir de huesos. El aire apestaba a cenizas. No era la peste habitual cerca de los demonios, pero tampoco era un aroma inofensivo. Se sostuvo sobre sus manos. Sus uñas estaban rotas hasta el sangrado, sus manos inútiles en su estado actual. Sus dientes estaban bien. Podría arreglárselas con eso.

Crack. Crack. Crack.

—No tengo todo el día, Michaela. Si te quisiera muerta, lo hubiera hecho hace años.

Sus hombros se relajaron un poco al reconocer esa voz, no lo suficiente. No confiaba en los otros, el confinamiento tampoco ayudaba a mantener un buen humor. Gateó hasta la reja y se aferró a los barrotes para poder mantenerse enderezada. Andrea estaba apoyado a un lado, haciendo sonar sus nudillos uno por uno, Mica nunca se había sentido cómoda al verlo mover sus huesos de ese modo.

Le gustaría creer que la relación entre los distintos especialistas era buena, nada tan alejado de la verdad. Willa no dudaría en vender su secreto si Mica no la tuviera amenazada. Alessandro con gusto los mataría a todos si la Iglesia se lo permitiera. Andrea aborrecía a los demás como si fueran escoria. Y así podía seguir con cada uno de ellos. Ella tampoco quedaba libre de pecado, no tenía escrúpulos en apuñalar a quien fuera necesario si la molestaban demasiado.

Demasiado débil como para siquiera pensar en burlarse de su nombre. Él lucía tan delgado, que Mica se preguntó si en realidad los papeles no estarían invertidos y el joven llevara meses sin comer. Pero Andrea siempre había sido así, de piel pegada a los huesos y cuerpo miserable, la ropa quedándole grande. Hermoso aun así, con su rubio cabello casi por los hombros y despeinado con estilo, sus ojos azules, su rostro perfecto. Le gustaba ganar unos euros extra como modelo, a escondidas para que la Iglesia no lo acusara de pecar de vanidad.

Mica observó enseguida sus botas acordonadas. Él tenía un caso entre manos, nada más explicaría que las estuviera usando. Pero lucía tan casual y relajado, descansando junto a su celda, que ella no pudo hacer más que levantar su guardia sabiendo que estaba buscando algo de su parte. Si estaba allí para burlarse... No. Andrea era demasiado desinteresado en todos como para siquiera disfrutar de eso.

—Luces como la mierda —comentó él, otro crujido—. Tienes que aprender a mentirles para salvarte, en realidad no hay nada que el Vaticano pueda hacer por tu alma. ¿Crees que allí arriba a alguien le importa si confesaste tus pecados a un sujeto que no tiene relación alguna con ellos? Ni siquiera sé por qué sigues aquí.

Quiso preguntarle por qué seguía él allí, si pensaba eso, pero su voz no sonó como más que un áspero eco. Andrea lanzó una botella de agua a sus pies. Mica se desesperó por agarrarla y arrancarle la tapa, ni siquiera se detuvo a pensar en su contenido o que aquello le valdría un castigo luego por romper la abstinencia. Bebió todo el contenido de un solo trago. Su esófago dolió, desacostumbrado a la acción de tragar aunque fuera liquido. Mica no pudo evitar ahogarse en consecuencia.

—¿Cuántos siglos llevas pasando por esto y todavía no aprendes que debes retomar de a poco el ingerir? —preguntó Andrea con desinterés.

—Al menos me hubieras traído Evian —murmuró ella mientras su cuerpo temblaba.

—Agradece que no es del Tevere, en tu estado actual cualquier cosa es bienvenida —él le lanzó otra botella.

—¿Y qué haces aquí, Andrea? —Mica se sentó, siendo más cuidadosa esta vez como para solo tomar pequeños sorbos—. ¿Vienes a complacerte de mi estado?

InflexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora