XVII

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—Perdóname, padre, porque he pecado —inspiró profundamente, esperando que eso ayudara a aligerar la pesadez que sentía dentro del confesionario—. Los crímenes que he cometido, los he hecho sin remordimientos, y los volveré a hacer del mismo modo. Estoy teniendo pensamientos oscuros, cada vez más recurrentes. He hecho trato con paganos y mentido para protegerlos, lo continuaré haciendo cuando me pregunten sobre lo sucedido. He estado con demonios y casi cedido a sus influencias, no fue mi mejor sesión de masajes. He golpeado inocentes y disfrutado cada instante, aunque se lo merecían por andar jugando con cosas que no comprenden. He asesinado a sangre fría, e incluso entonces no deseaba detenerme. He considerado matarlos a todos. He atacado inocentes mientras dormían, y gozado al despertarlos con un cuchillo en su cuello. He blasfemado y burlado de la situación del padre McKenzie, aunque todos saben que no despertará a esta altura. Maté inocentes. Hombres influenciados por demonios. No me arrepiento. Tampoco del último.

—¿Cómo te sientes ahora?

Mica miró sus manos, era una pregunta difícil. Recobrar el control sobre sí misma le había tomado más tiempo del que estaba dispuesta a admitir, nadie necesitaba saber la verdadera oscuridad que callaba o cuan frágil era su autocontrol algunas veces. Bianca estaba muerta. Se repitió eso una y otra vez, aunque prefería no pensar en esos detalles. Había arrancado su cabeza con sus propias manos y dientes, definitivamente no era algo que necesitara recordar. El canibalismo... No, si no había tragado no era canibalismo, y el viejo libro no mencionaba eso como pecado. ¿O sí?

No. Era una salvaje, no una caníbal. Una asesina, pero eso nunca lo había negado. Los cortes anteriores se habían curado casi por completo, apenas raspones en sus palmas. Se dijo que la marca del rosario en su piel era por lo fuerte que lo había sostenido últimamente, aferrándose más que nada a lo que representaba. No le quemaba, no era dañino, ella solo lo estaba sosteniendo muy fuerte. Tan solo... desearía que fuera tan simple de creer, pero a veces temía mentir tan bien como para no ser capaz de diferenciar la verdad del engaño propio.

Sus dorsos no estaban de lo mejor. No le había sorprendido que el castigo físico fuera inmediato. Había perdido el control, había deseado acabar con todos, los oscuros pensamientos debían ser combatidos y acallados. Le hubiera gustado que Luc no la viera. Habían azotado sus manos antes del viaje, lo suficiente para quebrar sus huesos y que no pudiera usar un arma por las próximas horas. Y lo habían hecho de nuevo al ver lo que ella había hecho.

—No soy un demonio —susurró y escuchó al padre David suspirar al otro lado—. No estoy bien. No puedo mentir sobre eso, no hoy.

—Temo que esta vez ha sido una grande, Michaela. No puedo ayudarte.

—No fue para tanto.

—Le provocaste un aborto a una mujer.

—Ella ni siquiera sabía que estaba embarazada.

—Mataste a un niño.

—Una célula. Días, no creo que eso cuente como vida.

—No eres quien para juzgar eso.

—Había sido violada, por un demonio. Le hice un favor.

—Michaela...

—En casi la totalidad de los casos, la mujer no sobrevive al parto. Hubiera muerto. Le salvé la vida. Le dije a Luc que haría todo lo que pudiera para salvar a su madre. ¿Qué clase de persona sería si la hubiera rescatado, para que un parasito la matara luego?

—Si el costo de hacer el bien es demasiado grande, entonces es un mal.

—Eso no tiene sentido.

—Entiendo que... lo que hiciste... lo hiciste creyendo que era un favor, manteniendo una promesa. Pero eso no lo justifica. Y cruzaste una raya esta vez.

InflexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora