XXIII

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Inspiró profundamente.

Contuvo la respiración.

Expiró lentamente.

Necesitaba calmarse. Necesitaba aferrarse a lo que le quedaba de control, pero su mano izquierda no dejaba de temblar. Estaba furiosa, estaba más que furiosa, y era frustrante no poder dejar que eso la distrajera de su trabajo actual. Estaba tan cansada de ser engañada. Al final, siempre era lo mismo. ¿Por qué había creído que con Luc sería diferente? Estaba tomando todo de sí controlarse, y no ir tras él.

—Careces en absoluto de paciencia —comentó Andrea al otro lado de la oscura habitación.

—La vida es corta, haces lo que quieres cuando quieres, o no lo haces en absoluto —respondió ella.

—Los secretos no son mentiras, Michaela —Andrea suspiró—. Sé que para ti lo parecen, pero no lo son. A veces nos protegen, a veces estamos obligados a tenerlos, y a veces es mejor callar que decir la oscura realidad. Creo que conoces muy bien el último tipo.

—No es lo mismo.

—¿Alguna vez le has contado a alguien todo sobre tu pasado?

—No es tu asunto.

—No, porque quieres que te juzguen por tu ahora, no por tu antes. Y eso está bien. No te hace una mentirosa.

—Hazte un favor, y no hables como si me conocieras. Te he visto sangrar, Andrea. Y todos somos mortales en este mundo. Algunos más difíciles de matar que otros, pero créeme que disfruto buscando el modo de matar a cualquier cosa.

—Tienes un don para eso, no puedo negarlo. Sigues luciendo enferma.

—Eso es porque son las dos de la mañana y tengo jetlag. Y quiero estar durmiendo.

—¿Cómo se supone que cazas a tus víctimas?

—Las rastreo hasta donde se encuentran, y las extermino —Mica desenvainó el cuchillo de su bota—. No me siento a esperar como una anciana la hora del té. Odio este plan.

—Ahora te estás comportando como una cría.

—Mi plan era mejor.

—Tu plan, carecía de estrategia. Alessandro es un especialista como nosotros. Si lo atacamos en la calle, estará atento y esperando algo similar. Necesitamos atraparlo con la guardia baja.

—No me subestimes.

—No lo hago. Pero eres sanguinaria y sádica, y no necesitamos llamar la atención con una de tus escenas en la vía pública.

No podía discutir contra eso, sin importar cuan al borde del autocontrol su estado actual la tuviera. Lo sucedido con Willa había sido como un respiro de aire fresco, su cuerpo agradecido por la repentina acción, y así de rápido se había consumido también. Sabía lo que necesitaba. Cada centímetro de su piel gritaba por más acción, como si de ese modo pudiera recuperarse más rápido.

Tampoco podía negarlo. Nunca se había sentido tan fuerte, como cuando había dejado de limitarse. Y nunca se había sentido tan débil, como cuando había callado los oscuros susurros de su mente. Y lo odiaba, porque sonaba muy demoníaco el alimentarse del sufrimiento. Pero su mano izquierda no dejaba de temblar, y Arabella no dejaba de susurrarle que debería asesinar a todos los mentirosos.

—Sé ser discreta cuando debo —murmuró ella de mala gana.

—Estás en la etapa de ira. No hagas nada precipitado, Michaela. Ahora es cuando debemos ser más cuidadosos.

—Porque estar en una iglesia es ser extremadamente cuidadosos.

Estaba lejos de creer en algo, pero personalmente prefería no derramar sangre sobre suelo supuestamente bendito. Una sola vez lo había hecho, y se había prometido que nunca más lo volvería a repetir, como si eso fuera a hacer alguna diferencia. No lo hacía. Lo sabía. ¿Cuánto tiempo llevaba mintiéndose diciendo que podía ser una chica buena? ¿Cuántas veces había pretendido ignorar los sádicos susurros en su mente?

InflexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora