XXV

4.8K 640 213
                                    

La joven no dejaba de llorar. Arabella resopló con aburrimiento y echó su cabeza hacia atrás. Debía darle mérito, había resistido más que cualquier otro. Y era frustrante también, muy para su disgusto. Nunca antes le había llevado tanto tiempo quebrar un alma, y justo tenía que ser la que contaba. ¿Por qué no había escogido otra víctima para su prueba final?

Era terca, lo sabía, quizás más obstinada que su víctima al obsesionarse en quebrarla en vez de simplemente pasar a otra. Se negaba a permitir que una miserable humana la humillara de tal modo. Se había confiado y guardado la prueba que le resultaba más fácil para el final. Se suponía que lo lograría en menos de una hora, llevaba días. Estaba a solo un alma de completar los siete desafíos del nexus meus, y estaba estancada.

Ya no tenía ni ganas de reír al escucharla rezar de nuevo. Se había cansado de gritarle que nadie la ayudaría, la joven de todos modos no se detenía. La había cortado, quemado, torturado física y psicológicamente, la chica no se rendía. La joven le había dicho que la matara, que continuara, que hiciera lo que quisiera, su fe no se quebraba.

Olía a podrido. Quemar su rostro con metal ardiente no había sido una buena idea ahora que las ampollas se habían infectado, que supuraran algo verde no era una buena señal. Si se le moría por un error tan estúpido... No lo haría, no lo permitiría aunque eso implicase limpiar sus heridas cada día solo para extender su vida y agonía. Además, debía ser bastante doloroso que ella le apretara las ampollas para vaciar el contenido. Si empeoraba, entonces solo tendría que cortar toda la carne necesaria para salvar el cuerpo.

Lento. Aburrido. Frustrante. Tedioso. Se negaba a perder en semejante reto, mucho menos que Bianca lo lograra antes que ella. La vencería. Solo era cuestión de tiempo. Y si no se había quebrado por su cuenta, ni por su familia, entonces solo quedaba una opción. Los humanos eran predecibles en ese sentido. Las almas venían de a dos, y a veces bastaba con quebrar una para que la otra cediera también, solo era cuestión de encontrar a su compañera.

Casi sonrió al escuchar los desesperados pasos. Permaneció quieta, escondida en las sombras, observando, esperando por el momento adecuado para actuar. Un movimiento preciso y certero podía ser todo lo que necesitaba, y casi se sentía una idiota por no haber considerado esa maniobra antes. Clásica. Predecible. Infalible. La historia era siempre la misma, solo los nombres cambiaban.

El joven entró desesperado por salvar a su doncella, no llegó muy lejos. Arabella le permitió acercarse solo lo suficiente para darle esperanza antes de lanzar su cuchillo. Lo derribó en el acto de un limpio golpe. El joven cayó al suelo, la empuñadura sobresaliendo en medio de su pecho. Michaela gritó, Arabella rió al acercarse. Recuperó su arma sin cuidado, solo para ver el rojo brotar de la profunda herida y escuchar al joven gorgotear mientras su boca se llenaba de sangre.

—¿Sigues creyendo que a alguien ahí arriba le importas? —Arabella tiró del cabello del joven para obligarlo a ponerse de rodillas, su novia gritó al ver cómo se ahogada con su sangre—. Adelante, Michaela. Pregúntale a tus ángeles por qué permiten que esto suceda. Quiero que lo mires a los ojos cuando muera.

Existía un pequeño instante, un placer tan efímero que pocos alguna vez llegaban a alcanzarlo. Arabella conocía demasiado bien ese fugaz momento, entre que se había vuelto a tener esperanza y esta había sido arrebatada de un modo irremediable. Y pudo ver esa precisa emoción en los ojos de la joven por tan solo un segundo, el suficiente para degustarse, para saber que ya casi lo lograba.

Cortó los tendones del joven solo para escuchar los gritos de la chica y verla luchar en vano contra sus cadenas. Inútil. No lo salvaría, él tampoco sobreviviría a la herida que ya le había causado. No había sido muy difícil aflojar sus ataduras mientras se encontraba inconsciente, y de ese modo también robarle su presa a Bianca. El joven intentó murmurar algo con sus últimas fuerzas, la sangre en su boca hacía imposible el comprenderle.

InflexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora