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—Oh, Sakura-chan, eres increíble. Por favor, no te detengas.

Mica soltó un gemido de placer sin poder evitarlo, su cuerpo completamente sin voluntad ante las expertas manos. No estaba segura si el nombre de la masajista era Sakura, ni si en realidad era japonesa, pero con tal que no se detuviera la llamaría hasta kamisama si ella lo pedía. Era increíble lo que unos días en New York podían hacer respecto a los nudos en su espalda. Sus músculos estaban agarrotados, pero el hotel contaba con un servicio de spa y la cuenta iba por parte del Vaticano, y Mica creía fielmente que la Iglesia velaba por su relajación física. Dos horas de masajes no parecían un gran costo.

Podría haber comenzado a ronronear cuando las manos de la masajista se deslizaron a la parte baja de su espalda. ¿Cómo era posible que personas se perdieran semejante cielo, por la simple vergüenza de tener que desnudarse? La toalla cubría lo suficiente, no era como si a ella le importara tampoco, su piel estaba ebria en aceite de almendras y esa mujer le estaba haciendo pasar el mejor momento de toda su estadía en la gran ciudad.

Había aprovechado esos pocos días para interrogar a los descarriados corderitos de McKenzie, sin éxito. Investigar su casa, también sin éxito. Arreglarse con Olivier, sorprendentemente con éxito. Y la herida en su hombro había desaparecido, quizás eso había sido lo mejor. Afortunadamente, su cuerpo era bastante inmune a cosas malditas.

—¿Si te vas del piso de un chico, la mañana siguiente a haber dormido con él, enojada y no le vuelves a hablar, eso puede tomarse como algo malo? —preguntó con genuina curiosidad, sus ojos cerrados mientras disfrutaba de la atención—. Es decir, él en serio no tenía derecho a opinar sobre mi vida privada. Pero me mandó un mensaje pidiéndome disculpas por eso luego. Es más de lo que Olivier hubiera hecho. Él nunca me manda mensajes de disculpas cuando discutimos. ¿Crees que sea por el tiempo que llevamos? Hay confianza para saltarse eso, pero también me gustan los mensajes de disculpas. Aunque yo no los envío mucho. Tal vez sea demasiado orgullosa. No es mi culpa, yo no tengo por qué disculparme por un error que no es mío. ¿Quién haría algo así? Pero tal vez sea un poco de perra no responderle mensajes a un chico, parecía preocupado, y es un lindo juguete, no puedo negar eso. Aunque tiene algo extraño, es como si... —su hombro crujió ante la presión—. ¡Ay! ¡Eso dolió!

—Te encantaba cuando dolía...

Sus ojos se abrieron enseguida al reconocer esa voz. Se puso de pie de un salto, sosteniendo la toalla con una mano para cubrirse y empuñando un cuchillo con la otra. Su corazón latía tan fuerte, que era lo único capaz de oír. Era increíble lo rápido que su cuerpo podía ir de la completa relajación a listo para la acción, aunque su agitada respiración era muestra del excesivo esfuerzo al reaccionar.

El joven al otro lado de la camilla sonrió con encanto, como si se sintiera halagado por tal efecto. Si Mica no conociera mejor sus probabilidad, no dudaría en atacarlo, pero había límites que ni siquiera ella podía cruzar. Eso, y que era demasiado egoísta, tanto como para que su odio no la impulsara entonces. Vio la cabeza de Sakura-chan en el suelo y dejó caer el arma con desgana, eso sería un desastre de limpiar.

—Era taaaaan buena masajista —murmuró Mica con tristeza—. ¿Por qué tienes que romper mis juguetes, Azazel?

—Porque no me gustan —respondió él como si fuera evidente.

—¡Eso no es justo!

Pateó el suelo con frustración, ni siquiera habían terminado las dos horas de masajes y seguro se las cobrarían por completo. Poco importaba la decapitación, Azazel era un demonio por el simple hecho de hacerle eso. No había modo en que ella fuera a limpiar el charco de sangre que eso había dejado. La decapitación siempre era tan... problemática. De mala gana renunció a su instante de paz y cogió su bata de seda de donde la había dejado.

InflexiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora