Todo comenzó un sofocante día de principios de verano, apenas unas semanas antes de que el curso académico llegara a su fin y los planes estivales empezaran a ser el único tema de conversación. Laura tenía entonces dieciocho años. Había pasado toda la mañana en casa, encerrada, con el aire acondicionado encendido como su mejor aliado para tratar de sobrevivir a los cuarenta grados que asolaban la capital andaluza aquellos días. Éste sería el verano más caluroso de los últimos cincuenta años, o al menos eso habían dicho en las noticias, y desde luego, a este ritmo no iban desencaminados.
Hecha un ovillo en su sillón favorito, Laura sostenía un libro entre sus manos, una de sus últimas adquisiciones. Completamente fascinada por la lectura, inmersa en aquellas páginas llenas de historias y personajes fantásticos que parecían susurrarle en el silencio de la habitación, Laura trataba de mantener sus párpados abiertos mientras luchaba contra el sueño. La joven dio un trago a su coca-cola y los pequeños cubitos de hielo tintinearon en el vaso. Pero aún así, el bochornoso calor que llegaba del exterior hacía que la joven se mantuviera en un estado de sopor constante y las letras poco a poco comenzaban a danzar borrosas frente a sus ojos claros.
Un ruido inesperado la sobresaltó en ese momento, haciéndole girar la cabeza como un látigo hacia la derecha. Allí, sobre el alféizar de la ventana, se había posado un cuervo solitario. Su espeso plumaje negro brillaba bajo la luz del sol lanzando reflejos azulados. Laura permaneció inmóvil unos segundos, cautivada por el pequeño animal, y luego se acercó, curiosa, mientras su corazón comenzaba a latir un poco más rápido. Durante aquellos mismos segundos, el cuervo permaneció también inmóvil, y luego ladeó ligeramente la cabeza en un gesto casi humano, como si sus pequeños y profundos ojos negros trataran de captar por completo la imagen de aquella humana que se le acercaba en sus retinas. La joven casi había llegado junto a la ventana cuando de repente, el cuervo picoteó el cristal con su pico afilado y un sonido agudo y perturbador rompió la quietud de la habitación. Laura se sobresaltó, y su curiosidad comenzó a transformarse en desasosiego, una sensación de malestar que hizo que un escalofrío recorriera su espalda.
El cuervo levantó la cabeza hacia el cielo despejado, estirando el cuello, y graznó con tanta fuerza que el sonido retumbó en los oídos de la joven durante unos segundos. En un instante, el alféizar de la ventana se llenó de aquellas aves oscuras. Los graznidos se multiplicaron, creando un coro estridente y caótico que resonaba en la habitación y en la mente de Laura. Los cuervos que iban llegando se unían al picoteo frenético contra el cristal, golpeando el vidrio insistentemente cada vez con más fuerza. Pequeñas grietas comenzaban a formarse, amenazando con hacer estallar el cristal en cualquier momento. El corazón de Laura latía descontroladamente, el miedo y la confusión la inundaron mientras retrocedía tratando de alejarse de la ventana aunque sin poder apartar la vista de aquel primer cuervo que, a diferencia de los demás, ya no graznaba ni picaba el cristal, simplemente la observaba con la cabeza ladeada. Aleteos, picotazos y graznidos. El sonido era ensordecedor, como una tormenta tempestuosa, el ojo de un huracán. Atronador. Espeluznante.
Un escalofrío sacudió el cuerpo de la joven, y Laura despertó. Se encontraba aún en el sillón, el libro que había estado leyendo había caído al suelo, a su lado, abierto por una página cualquiera. La habitación estaba tranquila, bañada en la luz suave del atardecer. Miró hacia la ventana; no había cuervos, ni grietas resquebrajando el cristal, sólo el cielo despejado. Tomó una respiración profunda, y luego otra más, intentando calmar su corazón acelerado que aún bombeaba a toda velocidad. No había sido más que un sueño, un sueño vívido y desconcertante, pero un sueño al fin y al cabo. Sin embargo, un sentimiento extraño la invadía, y un nuevo escalofrío recorrió su espalda en fracción de segundos al recordar la forma en la que aquellos diminutos ojos negros la habían mirado. Recogió el libro del suelo y arrastrando los pies fue hasta su habitación, preguntándose qué significarían aquellos sueños, qué mensaje oculto podría estar entretejido en esa visión de cuervos y cristales rotos.
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Aetheria. Las Hijas de los Dioses - Libro 1 [Completa]
FantasyLaura es una joven de 18 años con una vida normal pero eso cambiará para siempre este verano. Un viaje inesperado, un mundo lleno de criaturas que sólo existían en su imaginación y un pasado por descubrir, marcarán para siempre su futuro.