Preguntas sin respuesta

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Sintió frío, y calor. Le sudaban las manos. Tenía la boca seca. Ahora sí que estaba asustada, aterrorizada más bien. Dios cuánto se arrepentía de haber preguntado, de haber dicho que quería saber. No quería. Ahora no. Esperaba que alguno de ellos dijese que todo aquello era una broma, una terrible broma de mal gusto. Pero todos estaban serios, muy serios, mirándola fijamente y esperando a que reaccionara. Tomó aire y lo soltó. Una, dos, tres veces.

— Si de verdad soy quién decís que soy, ¿quiénes... quienes son las otras dos niñas?

El silencio se hizo en la sala mientras Laura miraba inquisitiva de uno a otro, tratando de que alguno de los presentes le contestara. Sin embargo, una vocecilla en su cabeza gritaba frenéticamente tratando de dar respuesta a aquella pregunta mientras la joven se esforzaba por ignorarla tratando de convencerse de que aquello no era real, que no podía estar pasando. No son ellas, no lo son. Ellas no.

— ¿Quiénes son? — insistió.

Fue Lanette quien verbalizó lo que aquella vocecilla le gritaba en su cabeza, haciendo que el corazón se le parase de golpe y un sudor frío le cayese por la espalda.

— Tus dos amigas — la voz de Lanette sonó casi como un susurro — Ana y Sara son las otras dos hijas de las diosas.

Laura tardó aún unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hizo se levantó de golpe de la mesa y su voz sonó colérica.

— ¡Y por qué no las estáis protegiendo como a mí! Si tanto peligro corremos y somos tan importantes como decís ¿por qué sólo estoy yo aquí? ¿qué pasa con ellas?

— Laura tranquilízate...

— No me toques.

La respuesta fue tan contundente que Lanette retrocedió apartando la mano de inmediato.

— Quiero volver. Ahora mismo. Me da igual vuestro mundo y lo que sea que necesitáis de mí. Llevadme de vuelta con ellas. Ahora.

— No podemos hacer eso.

Laura se volvió a mirar a los demás.

— Deja que te lo expliquemos, por favor. Entendemos que estés preocupada por ellas, pero jamás haríamos nada para ponerlas en peligro.

Laura sopesó sus opciones, pasando el peso de una pierna a otra, enfadada, furiosa. Su cabeza a mil por hora. Finalmente dejó escapar un bufido y se sentó de nuevo.

— Bien — cruzó los brazos sobre su pecho manteniéndose firme — Os escucho.

Hilda tomó aire dejándolo escapar lentamente antes de continuar la historia.

— Vuestra esencia divina no podría haber sobrevivido fuera de este mundo por ello durante la gran guerra, cuando tuvimos que poneros a salvo mandandoos a la tierra, vuestra esencia fue vinculada a otra alma. Un alma que pudiera de alguna manera anclaros a esta esfera y a su vez generar un vínculo para localizarlos y protegeros en el otro mundo si fuese necesario.

Laura trataba de unir las piezas de aquel puzzle para darle sentido. De pronto un pensamiento atravesó su mente y un nuevo escalofrío recorrió su espalda en una fracción de segundos haciendo que se estremeciera.

— ¿La princesa oscura es mi vínculo?

La mujer negó ladeando la cabeza.

— No querida, su hermano, Albert es tu vínculo.

— Pero él está... — tragó saliva antes de pronunciar aquella palabra que se atascó en su garganta — Está muerto.

La mujer volvió a negar.

Aetheria. Las Hijas de los Dioses - Libro 1 [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora