Últimos preparativos

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Las dos semanas siguientes fueron una auténtica locura. No sólo porque Laura estuviera muerta de miedo por selectividad, aunque estaba perfectamente preparada para la prueba, sino porque sabía que pocos días después el viaje a París sería una realidad. Ana y Sara trataron de hacer que su amiga se olvidase de ese extra de preocupación, y se empeñaron en encargarse de todo sin dejar que Laura hiciese ningún comentario al respecto. Y la verdad es que para la joven fue como quitarse un gran peso de encima. Sólo debía preocuparse de estar a tiempo en el aeropuerto el día indicado, y eso sí que podía hacerlo.

El gran día llegó sin contratiempos. Durante buena parte de la mañana Laura y sus padres se dedicaron a revisar que el equipaje estaba listo y completo. Su madre se encargó de repasar una por una la interminable lista de cosas que debía llevarse, abriendo y cerrando compartimentos, y cayendo en la mala práctica de seguir aumentando la lista con pequeños "por si acaso". Su padre, por otro lado, llamó un par de veces al aeropuerto para asegurarse de la hora de salida del vuelo. Por suerte la persona que respondía al otro lado de la línea iba cambiando, si no hubiera pensado que aquel loco estaba planeando algo sospechoso. Era difícil saber cuál de los tres estaba más nervioso, y eso llevó a que en el almuerzo nadie pegara bocado.

El taxi que sus padres habían pedido la noche anterior, llegó puntual a las cinco de la tarde. Gracias a dios. Si no es muy probable que su padre también hubiera llamado histérico a la compañía de taxis. Del coche salió un hombre rechoncho de aspecto risueño que cargó el equipaje en el maletero. Nadie hablaba. La madre de Laura la miraba de vez en cuando de reojo, queriendo parecer entera pero con expresión preocupada, mientras su padre volvía a revisar por enésima vez que todos los papeles de embarque estuvieran en orden.

— Lo has cogido todo ¿verdad? — le preguntó mirando nervioso por el espejo retrovisor — No quiero que nos hagas volvernos cuando hayamos llegado al aeropuerto. ¿Seguro que no te falta nada?

Laura dejó escapar un leve suspiro y negó lentamente apoyando la frente contra la ventanilla. Fuera el sol brillaba con fuerza y las calles permanecían desiertas debido a la ola de calor que aún los acompañaba.

— La pequeña viaja sola ¿verdad? — rió el conductor tratando de sonar amable.

Su madre asintió tratando de esbozar una sonrisa que apenas elevó la comisura de sus labios, y apretó aún con más fuerza las manos de su hija contra su regazo. No se atrevía a decir nada, pero Laura estaba segura de que se arrepentía enormemente por haberle insistido tanto en que debía realizar aquel viaje. Ahora posiblemente hubiera deseado que su hija se quedase en casa, como todos los veranos, bajando todas las mañanas con ella a la piscina y ayudándola a preparar salmorejo y pollo empanado.

Apenas había tráfico en la ciudad a aquella hora y no tardaron mucho en llegar. El aeropuerto sin embargo sí que estaba repleto de gente. Hombres y mujeres trajeados que andaban de acá para allá con sus maletines de piel y un teléfono pegado a la oreja, familias enteras con niños que corrían para no perder sus embarques hacia sus idílicos destinos de vacaciones y jóvenes parejas que se abrazaban con cariño unos reencontrándose, otros despidiéndose.

Laura miró el reloj, marcaba las seis y cuarto.

— ¿Dónde están? — preguntó su padre alterado — Ya deberíamos haber facturado las maletas.

"Señor permite que lleguen pronto" rezó Laura, o su padre volvería a sacar su teléfono.

Ana y Sara no se hicieron de rogar. Debían ser las seis y media cuando aparecieron. Venían juntas, riendo, despreocupadas, seguidas por sus padres que hablaban animadamente. "Gente normal" pensó Laura riéndose de su propia situación.

Apenas los vio, su padre levantó las manos y cogió el equipaje de la joven arrastrándolo apresurado hasta ellos.

— Ya iba a llamaros — se quejó.

Aetheria. Las Hijas de los Dioses - Libro 1 [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora