Una huida sin escapatoria

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Su corazón latía cada vez con más fuerza, acelerado, amenazando con salirse de su pecho. A medida que Laura se iba internando en el bosque la oscuridad se hacía más intensa, como un manto negro y espeso que cubría todo a su alrededor. Ya no oía las voces de sus perseguidores, pero estaba segura de que en algún momento la encontrarían, por eso decidió no pararse a pesar del cansancio y de que ya casi no se notaba los pies entumecidos.

"Puedo hacerlo", se repetía a sí misma. "Voy a salir de esta". Pero por cada paso que daba una pizca de su esperanza se esfumaba haciendo que sus fuerzas flaquearan y que la angustia y el miedo se fueran instalando en su interior. Como un ancla pesada que la arrastraba poco a poco hacia las profundidades de la desesperación.

No era capaz de calcular cuánto tiempo llevaba andando por aquel tenebroso bosque. No tenía forma de orientarse, puesto que todo su interior era igual a simple vista. Árboles y más árboles junto a alguna que otra piedra y varios troncos caídos era lo único que había encontrado allí hasta el momento. Las copas frondosas repletas de hojas formaban un manto tupido sobre su cabeza que apenas le permitía ver el cielo, pero los sutiles reflejos que de vez en cuando se colaban entre las ramas le hacían intuir que pronto comenzaría a amanecer.

Todo aquello era muy extraño. Desde que se había internado en el bosque no había visto ni un solo animal, ni un pájaro posado sobre las altas ramas de los árboles, ni siquiera había escuchado un mísero ruido y la verdad es que no sabía si sentirse aliviada o preocuparse aún más. ¿Dónde diablos estaba?

Llegó a un pequeño claro. El bosque se dividía ahora en dos caminos toscamente trazados entre la maleza pero igual de oscuros e inquietantes como el tramo que había recorrido hasta el momento. En el centro del claro, completamente redonda, se alzaba una inmensa piedra como si hubiese sido colocada allí expresamente por alguien.

Laura miró sus pies descalzos, entumecidos por el frío y completamente cubiertos de suciedad al igual que el bajo de aquella túnica que vestía. Había estado toda la noche avanzando entre musgo y fango. Sus brazos también tenían algunos arañazos y el pelo se le había enganchado entre ramas y hojas. Necesitaba unos minutos, pensó agotada. Sólo unos minutos y seguiría adelante.

Se dirigió con paso firme hacia el centro del claro, tomó una piedra del suelo y comenzó a frotar uno de sus lados contra la gran roca circular hasta conseguir sacarle algo de filo. Tenía la extraña sensación de que la observaban, a pesar de que el silencio en aquel bosque era absoluto. Aún así, volvió a mirar una vez más a su alrededor para asegurarse de que se encontraba completamente sola y después de comprobarlo, se quitó la túnica quedándose en ropa interior. Puso la túnica sobre la roca y ejerciendo fuerza comenzó a rasgarla con ayuda de la piedra que había intentado afilar. No fue demasiado complicado, la tela no era muy gruesa, pero aún así quedó completamente irregular, mucho más corta por el lado derecho. Tampoco le importaba. Sólo necesitaba que le facilitara el avanzar por aquel terreno inhóspito. Se colocó de nuevo la túnica que ahora le llegaba más o menos por encima de la rodilla y se deshizo allí mismo del trozo de tela sobrante, tratando de ocultarlo entre piedras y hojarasca para no dejar pistas de su paso. Se recogió el cabello como pudo, trenzandolo a toda prisa y haciéndose un nudo, y se armó de valor para ponerse de nuevo en marcha. Sólo se permitió tomar un segundo más para respirar profundamente y pensar. Estaba agotada, física y mentalemente. Pero sabía que no podía quedarse allí. Empezaba a notar su boca seca y pronto necesitaría algo de beber.

Los primeros rayos de sol se colaban entre los árboles iluminando con tonos anaranjados el claro y anunciando la mañana que despertaba despejada. Examinó la situación. Ahora había dos caminos entre los que elegir, y no tenía forma de saber cuál sería el más adecuado. "Cualquier opción es mejor opción que quedarse aquí" pensó. Sabía que durante la noche había avanzado bastante pero si continuaba malgastando más tiempo en aquel claro estaba segura de que sus perseguidores darían con ella y eso era lo último que deseaba en aquel momento. Además, llegó a la conclusión de que siempre sería mejor avanzar de día que de noche.

Aetheria. Las Hijas de los Dioses - Libro 1 [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora