Capítulo 5

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—¿A dónde vas tan sola, hermosa? —susurra una gruesa voz detrás de mí. En mi oreja.

La piel se me pone de gallina, si me estaba congelando por el frío, ahora me estoy helando por el miedo. Dicen que el frío te da fanas de orinar, ahora mismo quiero orinarme del miedo. Escalofríos recorren mi cuerpo hasta la columna vertebral.

Quiero gritar, correr, atacar e incluso voltearme para ver de quien se trata, pero soy cobarde que ni loca lo hago ni para ver sus pies. Intento gritar, pero es como si una fuerza demoniaca tuviera el poder de evitarlo, incluso para moverme.

—¿Te asusté, princesa?

—¿Quién eres? —pregunto con mucha dificultad de hablar, tartamudeando.

Suelta una risita gruesa, me pasa por un lado y se pone frente de mí. Su piel es mestiza, su cabello negro y sus ojos oscuros como la noche. Es bajo, como un metro sesenta. Solo lleva unos zapatos deportivos, pantaloncillos cortos de mezclilla y no trae camisa. En su brazo hay un tatuaje y en su pecho tiene otro, parase como si un animal salvaje le hubiera mandado un rasguño, se ve muy realista que por poco creí que estaba herido.

—Hola —Sonríe coqueto— ¿Qué tal? ¿Por qué tan sola?

Con mucha dificultad, logro moverme pasándole aún lado venciendo el miedo, pero este me sujeta del brazo. Con mucha fuerza, giro mi brazo y tuerzo el suyo, logrando zafarme de su agarre y le acerco el trazo de leña con la llama de fuego aún encendida.

—¡No vuelvas a tocarme!

—Okey okey —vacila con las manos arriba.

—¡Aléjate de mí, imbécil! —amenazo.

Doy la vuelta y choco con un pecho desnudo pero su piel es morena.

—¿Ibas alguna parte, preciosa?

Retrocedo hacia aún lado, pero estos se acercan.

—¿Qué quieren de mí?

—No hay nada que temer, preciosa —asegura el moreno, tiene los mismos tatuajes y en el mismo lugar como el de su amigo.

—¡Sí se me acercan les quemaré la cara! —Sigo retrocediendo y amenazo con la leña sujetándola con ambas manos como si de un bate de baseball se tratase.

Para mi desgracia, el cielo truena un relámpago y con ella la lluvia trajo apagando el fuego de mi única arma para amenazarlos.

—Creo que se te apagó el fuego, pero si quieres puedo encenderte, hermosa —Me toma de la muñeca el mestizo entre risas.

—¡Te dije que me soltaras! —Golpeo con fuerza su mejilla con la leña con una sola mano.

Este cae al suelo de rodillas, con una mano sobre el pavimento y la otra cubriéndose la boca. Su amigo lo toma de los hombros sin decirle nada. Pero en ese mismo instante, ambos me miraron con un tenebroso rostro de molestia, sus ojos ya no eran oscuros, eran claros como la miel. El que herí se pone de pie, respiraba con fuerza de la rabia, su labio está sangrando y ese cambio de color de ojos me aterroriza tanto, que grito con fuerza como si estuviera en una película de terror y me echo a correr lo más rápido que puedo con ellos detrás persiguiéndome.

Le agradecía al señor de estar corriendo sin zapatos, pero el problema es que corro el riesgo de resbalarme por culpa de la lluvia.

Dos hombres salen de ambos lados del bosque y con la misma fachada. Grito del susto, pero supe esquivármelos. Ahora son cuatro chicos detrás de mí, pero mis esperanzas de que alguien me salve son pocas.

Es de noche, llueve muy fuerte, caen muchos relámpagos y quien sabe a cuentos kilómetros está la aldea más cercana. Estoy perdida.

Uno de ellos se me tira encima, provocando que ambos cayéramos al suelo. Grito intentando defenderme de él y de quitármelo de encima, pero los otros tipos llegaron a ayudarlos. Dos de ellos me agarran de los brazos para que dejara de luchar con su amigo y uno se puso detrás de mi cabeza solo para cubrirme la boca, evitándome la posibilidad de gritar y pedir ayuda.

Estefany Hoffman © [Parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora