Capitulo 4

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Luceanerys despertó de la neblina de su mente. Lo último que recordaba era ver al usurpador con la corona del conquistador en el trono de su madre.

Luego, una fuerte mordida en su cuello hizo que se dejara abrumar por el cansancio.

Ahora estaba en una cama esponjosa, vistiendo un delgado camisón y con Aemond acostado encima de sus pechos. Sus fuertes manos se aferraron en su cintura con la clara intención de no dejar que se escapara, y tenía sus piernas enredadas con las de ella.

Aemond estaba sin camisa y sin su parche.

Ya había perdido la cuenta de cuántos minutos estuvo despierta.

Lucy quería gritarle en la cara a los malditos Dioses.

Sus manos estaban apoyadas en su almohada negándose a tocar a Aemond. Las imágenes de ese par de días en la cabaña en la Bahía de los Náufragos pasaban como pequeños destellos en su mente.

Ásperas manos tocando su intimidad. Septa Marella siempre le había dicho que no podía tocarse ahí, porque era inapropiado buscar placer, que su cuerpo le pertenecía a su futuro esposo.

Labios posesivos sobre sus senos y cuello.

Piel cálida, sensación de plenitud.

Ella sentada sobre Aemond, sus manos sobre los pectorales de él buscando una posición cómoda para poder montarlo.

Santos Dioses, había gemido como una puta de la Calle de Seda.

Lucy, muy sonrojada, hizo una mueca moviéndose un poco queriendo liberarse de Aemond, pero su pequeño movimiento lo despertó. Una de sus manos fue a su cuello, moviéndose hacia donde estaba la marca y repaso la mordida con la yema de su dedo haciendo que ella soltara un jadeo ahogado.

Lucy cerró los ojos, pero sintió a Aemond acomodarse un poco. El peso de su cuerpo desapareció, pero su aroma a cuero y sándalo era fuerte.

—Buenos días esposa— dijo con voz ronca cerca de su oreja. —Sé que estás despierta.

Lucy abrió sus ojos y se encontró con la mirada hambrienta de Aemond sobre ella. La vista violeta y el azul zafiro.

—Quiero irme a casa.

—Ya estás en casa.

—No. Esta no es mi casa.

—Oh mi dulce Lucy — Aemond acercó su rostro al de ella — No tienes la oportunidad de huir. Arrax te abandonó, no tienes los medios para huir.

Lucy se entristeció, luego de aquel periodo de lujuria no controlada, Arrax se había ido dejándola sola con Aemond.

¿Por qué?

¿Por qué su dragón la abandonó?

—¿Qué piensas Lucy?

—Que yo debía tomar la misión de ir al Norte — ella lo miró fijamente — Volar hacia Winterfell con mi Capa de Doncella. Tal vez hubiera tenido mi celo ahí y habría sido Stark que colocará su capa y me marcará, no tu.

La ira se instaló en la mirada de Aemond y la mano que tocaba delicadamente su marca se cerró con algo de fuerza sobre su cuello.

—¿Enojado esposo? — preguntó Lucy sonriendo con burla hacia Aemond ignorando el hecho que podía ahorcarla con facilidad.

—Te habría robado del Norte — contestó Aemond — Incluso antes de que te presentaras como una omega, mis fantasías era tu en mi cama, tan dispuesta en abrirme las piernas y dejar que te pusiera un bastardo en el vientre.

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