Capítulo 8

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Aemond estaba entrenando con Ser Criston cuando percibió el aroma de bayas silvestres y miel. En el lugar donde su padre solía sentarse a verlos, cuando eran más jóvenes entrenar la espada, estaba Lucy.

Vestía en seda rosada, su cabello tejido en una corona trenzada y con perlas blancas contrastando con su cabello castaño, sus hombros cubiertos por un chal del mismo color de su vestido.

Lucia tan inocente que tentó a Aemond en dejar caer su espada y arrastrarla hasta su alcoba para poder follarla plácidamente.

Lucy, hizo una mirada de disgusto cuando uno de las dos Septas que siempre la vigilaban se inclinó hacia ella para susurrarle al oído. Lucy giró su rostro y le contestó muy seria por la forma en que sus ojos se entrecierran.

La septa hizo una mueca, pero se quedó callada. Aemond enderezó su postura y nuevamente arremetió contra Cole. Blandir su espada contra el Lord Comandante una y otra vez, el lucero de la mañana de Cole se acercó muchas veces peligrosamente a su rostro, pero Aemond esquivó con facilidad.

En un momento y una patada limpia a la mano cuando Cole se inclinó, el arma circular cayó al piso y Aemond descansó la punta de su espada cerca de su cuello. Los pocos presentes aplaudieron ante el fin del combate de entrenamiento.

Aemond miró hacia el balcón, Lucy tenía una sonrisa burlona en su rostro y una cinta rosada se envolvió en sus dedos.

—Si yo hubiera tenido la espada, habría dado en un punto mucho más clave que el cuello — dijo Lucy inclinándose levemente. Aemond fijo un momento en el ligero escote del vestido, estaba un poco molesto por las elecciones de su madre en la ropa de Lucy.

Todos con el cuello alto o apenas mostrando un poco de la parte de enfrente.

—¿Enormes tú lo harías mejor, esposa? — preguntó Aemond.

—Dame la espada y lo demostrare— sonrió Lucy decidida.

—Princesa Luceanerys— intervino Ser Criston — El patio de entrenamiento no es lugar para una princesa.

—Es mejor regresar con la reina madre, su alteza — insistió la Septa más alta que Lucy. — La violencia no es apto para una omega como usted.

Aemond sonrió cuando Lucy apretó sus labios. Una de las cosas que más detestaba es que la hagan pasar por debil, Aemond lo sabía cuándo ella trataba de tomar el control cuando tenían sexo.

—¿Y tú quién eres para decir que es lo mejor para mí? — preguntó Lucy molesta. Ella lo vio por unos instantes antes de girarse hacia adentro de la fortaleza.

"Ni se les ocurra seguirme o se las daré de comer a mi dragón" le advirtió a ambas Septas. Asustadas se quedaron estáticas solo mirándose. Aemond dejó el patio en busca de su omega.

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Había un pasadizo secreto que llevaba a una parte probada de la playa en la fortaleza. En el camino se topó con Laina, prácticamente Lucy la tomó de la mano y la arrastró hacia su lugar secreto que conocían desde niñas,

Lucy se quitó las zapatillas bajas y levantó la falda de su vestido. Riendo empezó a patear las pequeñas olas que llegaban hacia sus tobillos.

—Es buena escucharla reír, su alteza— dijo Laina en la arena pedrosa,

—Soy una Velaryon — contestó Lucy sujetando con más fuerza la falda del vestido — Un día moriré y seré enterrada como todos los Velaryon, en un cofre de piedra lanzada al mar.

—Aún es joven para pensar en la muerte, princesa.

—Quien sabe. Tal vez están esperando el momento para enviarle mi cabeza a mi madre — se encogió Lucy de hombros. Su estómago gruñó y el cielo empezó a oscurecerse, ella salió del agua caminando hacia su amiga.

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