Capítulo 8_ Driftmark

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La felicidad que le produjo llevarse bien con Aemond al menos por unos minutos pareció esfumarse la mañana siguiente cuándo tuvo que despedirse de sus amigos.
Había salido a despedir a la princesa Rhaenyra, su esposo e hijos al puerto. Fue una despedida amarga y triste. Tanto a sus hermanos como a ella les había llamado la atención que sólo el rey Viserys fuera a despedirlos.

La pequeña se quedó un rato largo observando partir al barco que llevaba a Lucerys y Jacaerys, apoyada sobre un balcón de piedra con vista al mar desde el castillo. Dos concubinas estaban cerca de ella. Heometh se había enfadado mucho con ella la noche anterior por su huida y ahora su vigilancia era más estricta.

De hecho ahora no podía hacer nada sin que su hermano lo supiera. Aunque sinceramente no sabría que hacer en el castillo sin sus amigos, aparte de estudiar.

—Hola. —alguien se posó a su lado, lentamente. Aemond parecía dudar si acercarse a ella o no.

Héoleth le dirigió una rápida mirada antes de volver a concentrarse en el barco a la distancia.

—Hola. —dijo sin apartar la vista del mar.

—Se han marchando.

La niña asintió sin ganas.

—Si y no los has despedido.

— Ellos y yo no nos llevamos muy bien.

—Tú y yo tampoco lo hacemos. Pero aquí estamos hablando, sin peleas. Deberías practicar un poco.

Aemond quiso contradecirla y explicar que no se trataba del mismo caso pero sólo suspiró colocándose aún más cerca de la menor.

—Tal vez, aunque supongo que es tarde. Ya se fueron.

Héoleth sólo lo escuchaba, no quería apartar los ojos de la pequeña mancha negra a lo lejos que se suponía ahora era un barco.

—Te he traído algo.

Entonces miró a su lado para encontrarse con dos pastelillos de mora siendo sostenidos por Aemond quién se los ofrecía. Miró al niño al rostro pero éste no le devolvió la mirada. Aemond parecía nervioso.
Sonrió a penas y tomó uno de los postres. Le agradaba llevarse de aquella manera con el Targaryen menor.

Suspiró cuándo supo que era suficiente de estar allí y que sus amigos se habían esfumado de su vista. Se giró, Aemond imitó sus pasos. Ambos se sentaron en unos bancos siendo vigilados de cerca por las concubinas. Comieron en silencio.

—¿Saldrás a pasear hoy?

Preguntó en príncipe rompiendo el silencio que se había formado.

— No, hermano se enfadó mucho conmigo. No puedo salir sin su permiso y estoy segura que no me lo dará.

Aemond calló un momento, mientras pensaba intensamente tratando de pensar en algo para pasar tiempo con la pelirroja. Aunque sea un poco. La niña había dejado de asistir a las práctica, de modo que casi no coincidían excepto en las cenas.

—¿ Y si estudiamos juntos? No creo que a él le importe eso.

Propuso. Se quedaron un rato más en silencio. Después, Héoleth sonrió casi sin ganas, asintiendo. A Heometh no le importaría.

Ambos eligieron un sitio cercano al jardín para sentarse sobre el piso de roca, colocaron unas almohadas cómo asientos y se dedicaron a leer los enormes libros viejos sobre Alto Valyrio. Un tazón de pastelillos y una jarra con jugo de arándanos había sido traída también por las concubinas. El día era perfecto. Héoleth en ocasiones pronunciaba palabras en Alto Valyrio en voz alta y Aemond se las corregía, o trataba de hacerlo. A la niña le gustaba aquello, la amistad con el menor de los Targaryen no era mala. No se había equivocado en ello.

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora