Prefacio

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La luz de la  luna iluminaba las solitarias calles de New York; la noche era fría y triste sin rastro de alguna estrella en el cielo, solo un manto oscuro y siniestro era lo que se encontraba al levantar la vista. Un sonido reboto entre las oscuras paredes del callejón, las pisadas apresuradas de una persona que recorría las calles sin ser vista. El sepulcral silencio fue interrumpido por el agudo e incesante llanto de un bebé.

Una mujer caminaba con la pequeña entre sus brazos, meciéndolo para así calmar su llanto y no atraer la atención. Aunque ella sabía que le costaría un poco lograr eso en una ciudad tan escandalosa, la joven ya había pasado por las grandes calles llenas de luces, personas caminando en todas las direcciones posibles y el gran alboroto de los carros. Por un momento la chica se había desorientado, pues hacia muchos años que no pisada el Reino Mortal, pero por suerte logro encontrar aquella dirección que tanto su amiga le había mencionada en sus cartas en un intento de que en algún momento ella pudiera visitarla.

Ella miraba frenética a todos lados buscando alguna señal de peligro, estaba conmocionada por los sucesos ocurridos momentos atrás: una guerra se había desatado del lugar que había sido obligada a abandonar. Camino durante unos minutos más, hasta que por fin llego al pequeño vecindario del que tanto Emily le había mencionado en sus cartas meses atrás.

Suspiró al ver las luces de una pequeña casa color lila encendidas tal y como lo había descrito, el pequeño lugar con apenas tres casas a la vista acompañas de sus diminutos jardines. Una zona alejada de todas esas luces, ruidos, disturbios, que se desataban en la ciudad un vecindario que pocas personas conocían.

El lugar perfecto para ocultarla.

Emily era la única persona en la que podía confiar, pero lo que ocurriría sería el más grande dolor que una madre podría llegar a experimentar en su vida: Tenía que entregar lo que más amaba para protegerlo y solo podía confiárselo a ella. Por suerte la pequeña entre sus brazos estaba profundamente dormida, había caído presa del sueño al llegar al pequeño vecindario, sabía que ese era el momento para hacerlo, no soportaría entregarla mientras lloraba al ser separada de su madre. Se apresuró a cruzar la carretera hasta llegar a la calle en donde se encontraban las hileras de casa, llego al pequeño pórtico toco la puerta de la casa color lila repetidas veces, hasta escuchar la voz de su amiga diciendo "espere un momento" , la escucho acercándose a la puerta y girando la cerradura, que dio paso a una joven rubia de ojos azules cubierta con una bata color crema, sus cabellos estaban trenzados reposando en su hombro derecho.

Al parecer ya estaba lista para ir a dormir.

Al verla la joven cambio su rostro de cansancio por uno de sorpresa absoluta. Pues la amiga que no había viste por tantos años estaba parada en frente de ella, con la respiración frenética y cada parte de su cuerpo temblando. La joven retiro la capucha de su larga capa color negra en el instante que su amiga abría la puerta, permitiendo así ver más con detalle su rostro.

­­—¿Mía? ¿Qué haces aquí? —Se notaba muy sorprendida, la miro de pies a cabeza posando su vista en el pequeño bulto entre sus brazos que apenas se dejaba ver por la capa, luego miro a los alrededores buscando alguna otra persona que la acompañará—¿Está todo bien?

Emily no sabía lo que ocurría; hace años que había decidido dejar ese mundo de demonios y celestiales para comenzar una nueva vida en el mundo terrenal, ajena de todo lo que tuviese que ver con ese lugar.

—N-necesito tu ayuda... él se q-quedó... debo...—Las lágrimas que la chica había contenido por tanto tiempo comenzaron a brotar acompañadas de sollozos. Emily se apresuró arrodearla con los brazos, parecía que la pobre se desmayaría en cualquier segundo.

—Claro que te ayudare, dime ¿Qué ocurre? —tomo un poco de distancia para verla.

Preocupada por el estado de angustia de su amiga, verla le traía viejos recuerdos de cuando ambas eran niñas e inocentes... pero, con el tiempo todo cambió, ellas crecieron y tomaron caminos distintos pero aun así no había un momento en el que no la recordara.

—Hace mucho frio aquí afuera vamos adentro —le dijo al ver que la chica temblaba con su bebé en brazos, pero la joven no sé movió. Como si sus pies estuvieran pegados al suelo de madera del pórtico de la casa.

A la rubia no le sorprendió ver que su amiga traiga con sigo un bebé, ya que por las carta que se habían envido meses atrás ella se había enterado que su amiga esperaba a su primer bebé. La criatura era tan pequeña que no debía tener más de tres o cuatro meses de haber llegado al mundo.

—Necesitó que la cuides, debo volver para ayudarles. El único lugar seguro para ella está aquí, donde no puedan encontrarla —con un ágil movimiento Mía coloco a la bebé que dormía plácidamente en sus brazos a los brazos de Emily, Mía podía sentir como su corazón se rompían al tener que entregarla —Eres la única persona en la que pude confiarle algo como esto, nadie sabe que estoy aquí, ella estará a salvo lejos de todos ellos y de ese mundo por ahora —Emily todavía recordaba la carta en donde su amiga expresaba la gran alegría al saber que sería madre, ese bebé era la vida entera de su amiga.

—¿Por cuánto tiempo te irás? —Emily miro por unos segundos a la pequeña envuelta en una cobija roja, el silencio de su amiga respondió la pregunta, Emily alzo la vista al comprenderlo—No vas a volver... —soltó incrédula, mirándola mientras negaba con la cabeza —Pero... ¡Es una locura! Es una bebé y necesita a sus padres, no puedes dejarla... ella te necesita Mía —soltó furiosa, pero aún así intentaba apaciguar su ira para no despertar a la pequeña en sus brazos.

Mía bajo la cabeza apenada mientras lloraba. Luego con un movimiento se limpió las lágrimas y alzo nuevamente la vista.

—Aquí contigo estará a salvo... es la única manera—dijo Mía justificando su acción, mientras sus lágrimas mojaban sus rojas mejillas nuevamente, de entre sus ropas saco una fina cadena negra que sostenía un pendiente en forma de estrella de seis puntas del mismo color, lo sobrepuso en la cobija de la pequeña—Prométeme que la cuidaras a cualquier costo, ella es la clave para que esta guerra acabe... ¿Lo harás? ¿Cuidaras de ella? Ahora tu eres su única familia —miro a Emily suplicando.

—¿Qué hare cuando me pregunte sobre ustedes? Al crecer ella se dará cuenta de que no es como los demás niños, Mía es... —las palabras de Emily quedaron en el aire al escuchar como unos botes de basura caían al suelo y un sujeto aparecía de entre las sombras. Apenas las luces de los faroles lo alumbranban.

El chirrido de unas garras siendo arrastradas con fuerza sobre el metal de los botes perturbó el silencio, escalofriante y aterrador. Emily dio un paso atrás, pegando la pequeña a su pecho en un gesto de protección.

—Me están siguiendo, tengo que irme o si no ambas estarán en peligro —soltó frenética, la joven madre se acercó a la bebé y deposito un suave beso en su frente deseando alargarlo el mayor tiempo posible —Adiós mi niña, sé que algún día serás una gran mujer y le darás fin a todo esto... adiós Graciela — le susurro a la pequeña aunque dudaba que esta pudiera escucharla, miro por última vez a su amiga antes de darle un corto abrazo—Por favor protégela —le susurró al oído con la voz desgarrada, antes de salir volver a colocarse la capucha y correr alejándose de su única hija, mientras el sujeto de momentos atrás la perseguía.

Emily enseguida cerró la puerta con un gran estruendo.

Con su alma hecha pedazos, comenzó a correr siendo perseguida por el sujeto, para así alejarlo de la casa donde ahora se encontraba su hija, el futuro para todos los demonios y celestiales.

La Descendiente Y los Cuatro Principes Del InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora