02 | VIUDA

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El entierro de Chisaki se realizó dos días después de su muerte. Tuvo que pasar un tiempo para que la noticia llegara a oídos de tus padres y del Gran Mariscal, quien dejó la capital para venir al funeral.

El funeral fue breve y acalorado, más que nada porque el mismísimo Lord Shigaraki vino a darte sus mejores bendiciones que en realidad eran falsas palabras de un hombre cruel y depravado.

Fuiste obligada a vestir de negro y llorar por un hombre que a penas conocías y que te trato de la peor forma durante ese breve tiempo de unión. Los nobles de la Corte Oscura se apenaron por tu suerte.

Pobre princesa.

No ha podido conservar a sus maridos más de medio año.

Lloraste amargamente hasta que la ceremonia terminó y te deshiciste de ese disfraz de viuda negra que te parecía horroroso. Velo negro de seis centímetros de ancho, una falda de metal y por si fuera poco, ropa de castidad. Como si ese mísero calzón de metal gris oscuro te impidiera tener otro esposo.

Dejaste salir un suspiro de alivio, en cuanto te quedaste sola.

Ahora solo debías esperar la respuesta de los reyes.

Decidiste colocarte ropa más cómoda. Un vestido de seda amarillo con un lazo en la cintura y tu cabello recogido en una coleta baja. Tenías que estar dentro de tu habitación por cuatro días, para que pareciera creíble que estas dolida por otra triste pérdida conyugal.

Aunque ya para ese punto, el mensaje que quisiste dar era más que evidente. Sólo esperaba que esta vez, sí tomarán en cuenta tu opinión.

Algunos murmullos atravesaron las puertas de tu habitación. Era la de una sirvienta y el Gran Mariscal.

"Genial, ya se había tardado" pensaste.

Decidiste acercarte a la puerta con sigilo y pegar la oreja a ella para escuchar mejor.

—...en estos momentos, Lady Chisaki está indispuesta.

— ¡No me interesa! ¡Llámala!

Te cuestionaste internamente que es lo que quería el Gran Mariscal. Sin embargo, suponía que venía a preguntarte sobre los hechos del deceso de su único hijo y que pasaría con el ducado.

"Que fastidio"

Tomaste la perilla de la puerta y la abriste. La sirvienta se sorprendió al verte. Su mirada reflejaba preocupación, pero le diste una pequeña sonrisa que logró suavizar su expresión. Luego miraste al Gran Mariscal.

Un hombre corpulento y robusto, gracias a años de entrenamiento militar con arrugas por todo el rostro y la mirada irradiando en arrogancia. Por supuesto, traía consigo el vestuario color azul marino con hombreras de oro fundido y las medallas colgando sobre su corazón para alardear su importante posición política.

Aunque no más que la tuya.

— Gran Mariscal — dijiste con calma —. Escuché que quiere verme.

El hombre afilo su mirada.

— No se equivoca, pero me encantaría practicarlo con usted a solas.

— Retírate — le ordenaste a la sirvienta y ella hizo una reverencia antes de marcharse por el pasillo, quedándose solo tú y él.

La densidad del ambiente fue interrumpida por tu melodiosa voz.

— ¿Quiere pasar?

— Sería lo más propio.

Te hiciste a un lado, para dejar pasar a tal hombre. Cerraste la puerta detrás de él. Iba a ser una charla bastante...memorable.

— Debí de suponer que su mala suerte le tocaría a mi Kai — mencionó.

La querida del dragón; Katsuki BakugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora