22 | FUERTE TERROR

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Todo estaba oscuro ahí.

La vida era solemne, triste, apagada por cualquier murmullo entre las ennegrecidas paredes del que era tu nuevo hogar.

Todas las puertas dentro de Fuerte Terror eran de hierro, pesadas y gélidas. El lugar parecía haber sido olvidado por el tiempo, como si cada rincón hubiera absorbido siglos de sufrimiento y abandono, aunque no era para menos.

Tu habitación era vasta, pero cada metro estaba cargado de una extraña opresión. Las paredes de piedra eran oscuras y húmedas, cubiertas de líquenes verdosos que parecían respirar en la penumbra. Olía a humedad, moho y una leve esencia metálica que recordaba vagamente a la sangre seca. Un frío cortante invadía cada rincón, como si el lugar mismo rechazará cualquier trazo de calidez o vida.

Y en medio de toda esa atmósfera, estabas tú. Tomura había tenido la gentileza de colocar una cama que no fuera de madera podrida, un juego de sillones y un tocador con el espejo mugroso. No había ventanas, por lo que era bastante difícil saber si era de día o de noche. En Asari de por sí era complicado saberlo y exiliada en tus habitaciones lo hacía peor.

Tu segundo marido había tomado la importante decisión de trasladarte a otra habitación cerca de las mazmorras. No recibías visitas más que una que otra de tus damas angustiadas, a quienes siempre tenías que apaciguar. Sorprendentemente, ellas eran las más preocupadas de toda esta situación y debería de serlo para ti.

Tomura se había enterado que no estabas embarazada.

Con cuatro meses en matrimonio, lo más natural debería haber sido que quedarás grávida, pero el Lord Maestro del Fuerte Terror negó cualquier probabilidad de aquello. Tu segundo marido se puso colérico cuando le contaste sobre la profecía de Marth, la rana.

“La primavera abrirá sus flores en tu honor y el invierno, cerrará tres.”

Por supuesto que no le bastó.

Eso no eran más que palabras vacías de una mujer vacía.
 
Observaste tu rostro a través del espejo de tu tocador. Te veías más pálida que ayer y más delgada por la falta de alimentos. Tus ojos se movieron en dirección a la desnudez de tu garganta. Las marcas de sus dedos aún se veían, incluso con la débil iluminación.

Soltaste un suspiro antes de volver a llenar tus pulmones de coraje. Agarraste el peine sobre la superficie de tu tocador para empezar a cepillar tu cabello. Tus dedos temblaban ligeramente, tus ojos se podían notar vidriosos y un sutil gemido de dolor salió disparado de tu garganta. Las hebras de tu cabello se percibían secos, sin vida e igual de maltratados que cada fibra de tu cuerpo.

Contuviste el aliento cuando escuchaste los cerrojos de la puerta, el caer de las pesadas cadenas y finalmente, las puertas de hierro oxidado se abrieron. Por el reflejo del espejo, viste como la oscuridad entraba desde la apertura, así como la asquerosa figura del que era tu esposo. Decidiste no prestarle atención, mantuviste tu compostura una vez cerró la puerta detrás de él.

Tomura, vestido de negro como costumbre, se acercó con pasos lentos hacia tu tocador, desvíando la mirada ocasionalmente para ver la pocilga en la que te había encerrado.

Cuando sus desquiciados ojos rojos se posaron sobre ti, no pudo evitar sonreír con malicia. Sus dedos, fríos como los de un muerto, acariciaron tu mentón una vez se posicionó detrás de ti.

—Buenos días, querida — murmuró —. ¿Cómo amaneciste?

No le respondiste y aquello solo lo hizo gozar más.

—¿Sigues enojada? — cuestionó con burla. Apretaste los labios y te mordiste la lengua para contener tu ira.

Tomura soltó una risa seca, natural y sardónica al silencio. Su mano acarició la piel magullada de tu cuello. Las yemas de sus dedos frotaron las marcas de su maltrato. Tu esposo siseó de dicha cuando percibió como tu cuerpo se tensaba debajo de su sutil tacto. Tu mano se aferró al mango del cepillo. Estabas a punto de lanzarle el objeto en la cabeza cuando levantó su otra mano.

La querida del dragón; Katsuki BakugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora