20 | LOS JARDINES DE LLUVIA

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Tus pies comenzaron a doler en cierto tramo del camino. Los escalones de piedra aún no eran tu parte favorita del palacio y ciertamente, tardarías un tiempo en acostumbrarte. Te quejaste más fuerte, pero tu marido fue indiferente ante tus quejas. Te cruzaste los brazos mientras seguían caminando a través del oscuro pasillo.

—¿Puedes decirme por lo menos a dónde me llevas? — le preguntaste, hastiada del calor y del cansancio.

Katsuki no respondió naturalmente. Volviste a quejarte de nuevo y tu mirada se deslizó entre las angostas paredes del pasillo, repletas de pinturas e historia. Habían algunas figuras talladas sobre la misma piedra e incluso se podían ver algunos rubíes incrustados en los ojos de los dragones tallados.

Hubieras preferido estar en compañía de tus damas durante la travesía, sin embargo, el cascarrabias de tu marido te indicó que no podía ser así. Sospechaste un poco y no le dijiste nada. Tampoco pudiste decir o hacer mucho. Después del desastre en el salón principal, te tomó del brazo para arrastrarte por el palacio hasta ese recóndito pasillo lleno de humedad y calor.

Tu marido se detuvo abruptamente, aunque tú no lo notaste en primer momento.

—Aquí es — dijo él.

Giraste la cabeza hacia el frente y detuviste tu andar. Lo único que podía verse era un enorme agujero con una cortina de enredaderas verdes. Levantaste una ceja, confundida por el gran regalo.

— ¿Plantas? — preguntaste.

Él no volvió a contestar. Siguió caminando hacia el agujero. Te quedaste quieta en tu lugar, observando las maniobras de Katsuki. Se detuvo en el umbral e hizo a un lado la cortina de plantas con su propio antebrazo. Él levantó una ceja y te invitó a pasar.

Rodaste los ojos antes de soltar un profundo suspiro. Colocaste tus brazos en los laterales de tu cuerpo mientras seguías avanzando hacia él. Pasaste a lado de su cuerpo, luego las puntas de las enredaderas te rozaron la cabeza y en menos de lo que creíste, ya estabas dentro.

Ahogaste un jadeo de sorpresa al observar con asombro todo el lugar que se extendía a tu alrededor. Era una cueva. Todo dentro del Palacio de Piedra Negra eran cuevas y cavernas dentro de la montaña que los cobijaba. Aún así, la forma tan singular del techo te hizo creer que la naturaleza no había tenido mano de obra. Había un agujero por donde entraba la luz del sol e iluminaba la mayoría de los rincones del lugar.

Debajo de tus pies, había un camino recto de piedra caliza hacia un enorme quiosco del mismo material. El resto del lugar era verde, colores brillantes y agua cristalina. Las flores le daban matices al verde del césped. Pudiste ver unas cuantas libélulas antes de que un par de gotas de agua te cayeran sobre la nariz. Levantaste la cabeza y lograste ver que el techo, lleno de estalactitas, goteaba agua.

—Lo llamé los Jardines de Lluvia — habló tu marido detrás de ti.

Tu atención se enfocó en él. Giraste tu cabeza para mirarlo por encima de tu hombro.

—Bastante original — confesaste.

—Puedes llamarlo como desees — alegó.

—¿Ah sí?

—Sí. Es tuyo.

Frunciste la boca, desconfiada por el inusual regalo. Katsuki comenzó a caminar hacia el quiosco y tú decidiste seguirlo. Levantaste las faldas de tu vestido para que las orillas no se mojaran por el césped cubierto de gotas. Tus ojos siguieron admirando el paisaje, incapaz de digerir que aquella belleza era de tu posesión.

Dentro del quiosco, había un par de muebles: un sofá con cojines de seda roja y una mesa de mármol con dragones tallados en las patas. Muy típico de tu marido. Katsuki se quedó quieto en medio del lugar mientras que tu curiosidad iba a asomarse a las orillas del quiosco. Colocaste tus manos sobre el barandal y te inclinaste un poco para ver el ojo de agua que nacía frente a ti. Lograste ver unos cuantos peces nadando por ahí. La superficie del agua cristalina estaba llena de raíces acuáticas y flores que adornaban con parsímonia el resto del estanque.

La querida del dragón; Katsuki BakugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora