La indignación te había llenado las entrañas muchas veces en tu vida. Estabas tan acostumbrada a ser sobajada y a tratar con hombres vacíos y petulantes que ya no era una sorpresa. Aun así, nada te avisó sobre el malestar que te carcomía el pecho cuando viste a la pobre e indefensa Cambiante frente a ti. Su mirada ambarina reflejaba la crueldad de tu nueva gente y las lágrimas amenazaban con salir de sus pupilas.
Era evidente que desconocía su propósito. La muchacha giró su cabeza hacia todos lados buscando algo familiar con que tranquilizarse y pudiste apreciar la desesperación al verse rodeada de una extraña y sus criadas.
Habías pedido de la forma más cortés (y fría) que tu marido abandonará tus habitaciones y lo hizo, claro que sí, pero con una sonrisa pedante y una mirada de triunfo brillando sobre sus propios rubíes. Es un descarado y lo disfruta.
Algún día cuando colmará tu paciencia, le darías un puñetazo que le rompiera la nariz.
Hoy no.
Te mantuviste quieta, mirando con detenimiento a la llamada "Mina". Tus criadas estaban detrás de ti, susurrando y hablando sobre la criatura presente. Según lo que recuerdas de tus estudios, los Cambiantes son criaturas correspondientes a la casa reinante, en este caso, la familia de tu esposo y tendían a volverse de su propiedad, aún si era grotesco e inhumano. Pensaste en las circunstancias, en la forma en que Kirishima y los otros dos dragones de tu marido debieron de experimentar lo mismo que ella: ser arrancados de su tierra, traídos como esclavos para servir y obedecer hasta el día de su deceso.
Dejaste salir un suspiro antes de hacer desaparecer la neblina dentro de tu cabeza. Tu objetivo principal era tranquilizar a Mina, aunque no tuvieras idea de cómo hacerlo. Sin embargo, debías de ser veloz, puesto pasó de estar asustada a sollozar al fondo de la habitación. Mina estaba inclinada sobre su propio cuerpo, apretando sus rodillas contra el pecho que la identificaba como hembra y las manos al frente, aún atadas a las cadenas que la mantenían cautiva. "Podría liberarla" pensaste, pero aun desconocías su naturaleza salvaje y libre. Posiblemente, trataría de huir o en el peor de las situaciones, de lastimarte. Incluso, podría atreverse a transformarse en dragón y hacer pedazos el palacio. "No me quejaría" especulaste, "Sería viuda por quinta vez"
Los gemidos de incertidumbre te regresaron al problema principal y dejaste tus teorías de lado. Tus criadas que, si bien eran bonitas, eran poco menos que útiles en esta situación. Una de ellas estaba temblando mientras que otra la abrazaba. La única que parecía serena estaba detrás de ti, murmurando cosas en su idioma madre.
"Por favor, que la Madre me guíe" pensaste.
Tomaste las faldas de tu vestido para dar un paso al frente. Tus criadas dejan salir un alarido de estupefacción, sorprendidas por tu hazaña al acercarte a quién se suponía era tu dragona. Es decir, no tendría que haber ningún problema. Además de que era tu responsabilidad velar por su bienestar y, a decir verdad, tu corazón se apretujaba de dolor cada vez más al escucharla llorar. Tus manos estaban sudando y podías notar un leve temblor en tu propio cuerpo.
— ¡Princesa! — exclamó una de tus lacayas. La preocupación en su voz hizo que los vellos de tu nuca se erizaran y tragaste en seco mientras le pedías internamente que se callará.
Mina levantó la mirada ante el sonido de la voz. Observó tu cercanía con ella, lo cual la tomó por sorpresa. Trato de retroceder más, pero su espalda ya estaba contra la pared. Su pecho subía y bajaba en una inhalación desesperada. En un intento iracundo por escapar de ti, se movió hacia un lado, pero tú extendiste tus manos para que ni siquiera se le ocurriera irse por tu costado. El movimiento le hizo echarse para atrás, pegó la cabeza contra el muro y evitó que la tocarás bajo cualquier circunstancia.
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La querida del dragón; Katsuki Bakugo
Fanfiction➤ ❝ Después de cuatro matrimonios fallidos, la princesa imperial regresa triunfante a su hogar, resignada a vivir en soledad y esperando la inminente muerte de su hermano para subir al trono. Sin embargo, sus planes se ven arruinados cuando el magní...