01 | LADY CHISAKI

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La noche reinaba sobre la Región Oscura, un señorío subterráneo que había caído en las manos de practicantes de las artes misteriosas después de que la casa Vanadey, es decir tu familia, abandonara su lugar ancestral en el Caos para trasladarse a Victoria del Rey. Había una serie de intricados abismos en el techo que permitían que el aire se colará hacia el bajo mundo de la Neblina.

Las calles de Hasshai eran foscas, sofrías, mohosas y la vida no era más que una maldición para muchos de los solemnes habitantes. Dado que Furia Oscura era poco concurrida por las personas de otras partes de los Nueve Reinos, el ducado de Hasshai era menos que atiborrada. Tú, que has estado viviendo ahí durante menos de medio año, descubriste que las mayores fuentes de su entretenimiento eran las ejecuciones públicas y los recorridos con azotes. Lugar lúgubre para gente demente e ideal para todo tipo de prácticas oscuras, por muy depravadas que fueran.

— Princesa, Lord Chisaki llegará pronto — anunció uno de los sirvientes de la fortaleza —. ¿Desea bajar a recibirlo?

— Sí, avísenme cuando haya llegado.

— Como desee.

El hombre desapareció entre las sombras del pasillo, tomando su verdadera forma de monstruo con cabeza de cuervo y se fue de la habitación. Cerró la puerta detrás de él, dejándote en la penumbra de tus cuatro esquinas. Volviste a mirar a través de la ventana hacia el descompuesto, desolado y moribundo jardín del castillo. Si fueras dos años más joven y dedicada al matrimonio, serías capaz de burlar las advertencias de tu marido para ir a regar esas flores muertas. Sin embargo, tu cuarto marido te había prohibido realizar cualquier cosa sin su rígida autorización excepto permanecer en el hogar. Kai sugirió, es decir ordenó, que aprendieras algo que mantuviera ocupada esa irritante mente tuya.

Y por supuesto que aprendiste algo.

Por primera vez, dentro de tus cuatro matrimonios, obedeciste a tu esposo, aunque no de la forma que a él le gustaría.

— Princesa, Lord Chisaki ha llegado — anunció una mujer que entró sigilosamente a tu habitación. Una manía de aquella nigromante vieja y arrugada que se negaba a soltar la apariencia de la jovialidad.

— De acuerdo — declaraste.

En los años venideros, habías adquirido la manía de no confiar en la servidumbre de la Región Oscura. En realidad, solo delegabas tus servicios a las personas que traías directamente de la capital. Ellos sí estaban a tu servicio y no los que se paseaban y susurraban por los pasillos. La criada desapareció tan rápido como se presentó y dejó la puerta abierta de tu habitación.

Te alisaste la falda de tu vestido antes de encaminarte a la salida de tu habitación. La iluminación en el castillo era igual de deficiente como sus paredes cubiertas de humedad y telarañas. Había una antorcha por cada puerta en el pasillo y eso no era variedad. El hedor estaba lejos de ser agradable, pero era natural en un lugar con poca luz y vida. La alfombra escarlata del pasillo seguía mugrienta y daba la sensación de que estaba desértico, aunque fuera todo lo contrario.

Caminaste despreocupadamente por el pabellón hasta que lograste llegar a las escaleras. Los peldaños se dividían en dos por cada esquina del lado izquierdo y se unían en una sola hasta que tocaban la planta baja. Dejaste salir un profundo suspiro mientras tu mano tocaba la madera pulida del barandal. Antes de palpar el suelo de abajo, pudiste escuchar la maravillosa voz de tu marido, ordenando y comandando a sus hombres como normalmente.

Con porte, te dirigiste al salón principal del lado derecho. Las voces provenían de aquel lugar, pasaste de largo el recibidor con columnas de piedra y los sofisticados retratos de la familia adoptiva de Kai, una estirpe de antiguos brujos que, conforme pasó el tiempo, fueron socavando su propia magia. Los sirvientes en el umbral de la entrada se inclinaron ante tu presencia y el anunciador hizo su único trabajo.

La querida del dragón; Katsuki BakugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora