16 | KONETL

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Tenías una basta experiencia con los hombres. Te habías casado cuatro veces y era evidente que supieras acerca de los deberes maritales. No eras virgen, eso era algo que los Nueve sabían. Probablemente, Katsuki también. Debía de saberlo, por lo menos suponerlo. Sin embargo, te era algo sorprendente que aún así hubiese querido seguir con el compromiso. No era algo muy usual en los hombres. 

Aunque claro tampoco era usual que un hombre llegará virgen a su matrimonio.

Katsuki era una excepción en ambas circunstancias.

— ¿Nunca habías visto una mujer desnuda, esposo? — le preguntaste, pasando tus manos por la extensión de su torso descubierto. 

Tu marido estaba lejos de ser feo, de hecho, habías escuchado entre las paredes del Castillo Blanco que él era el hombre más atractivo y que solo lo superaba la belleza del hijo del señor de Fuego Fatuo, Shoto Todoroki. Katsuki era atlético, con un cuerpo envidiable y un rostro similar al de una obra de arte. Su único defecto era su maravillosa personalidad. 

Tu mano descanso sobre su abdomen marcado. Las puntas de tus dedos le hicieron cosquillas mientras seguías bajando hacia su pelvis. Tu esposo permaneció quieto ante tu tacto, sosteniendo tu mirada traviesa y se estremeció cuando la palma de tu mano rozó su vello púbico. 

— ¿Soy tu primera vez? — cuestionaste, sin poder evitar sonreír. 

No era algo de lo que Katsuki se avergonzara. Simplemente, nunca se había dado la oportunidad y creía que con la única que debería hacer eso era con su esposa.

— Me compadeceré de ti, Katsuki — le dijiste y quitaste tu mano de su cuerpo. 

Lo tomaste del brazo para atraerlo hacia ti. Katsuki parecía no poder digerir lo que sucedía, su cuerpo estaba tenso y era difícil moverlo de un lugar a otro. Sin embargo, eventualmente cedió ante ti. Pudiste llevarlo a la cama, que los esperaba. Diste una vuelta para que Katsuki se sentara, luego te colocaste a su lado. 

Su mirada parecía curiosa por saber que es lo siguiente que irías a hacer. Tu mano volvió a acariciar su pecho con suavidad, deslizando tus dedos por sus pectorales hacia sus pezones. Katsuki jadeó y ampliaste tu sonrisa.

Seguiste recorriendo su piel con ternura, tratando de repasar con las yemas de tus dedos las marcas de su cuerpo. Tu mano siguió descendiendo hacia su abdomen después hacia su pelvis y finalmente, llegaste a su entrepierna expuesta. Envolviste tu palma alrededor de su tronco venoso para empezar a bombear su prepucio de arriba hacia abajo. Observaste como tu marido contorsionaba su rostro y se dejaba llevar por el placer. 

La polla de Katsuki era casi tan gruesa como tu propia muñeca. Posiblemente no podría caber dentro de una persona. Si debías de compararla con las pocas que habías visto, podías asegurar que no estaba mal. Su pene erguido podía medir poco más de la mitad de tu antebrazo, las venas se veían claramente sobre su tronco y sus bolas cubiertas por el vello rubio lo hacía parecer como si fuera lampiño.  Su cadera tembló mientras seguías moviendo tu mano. La punta brillaba y se volvía cada vez más roja. 

Tu pulgar empezó a jugar con su punta, rozando el lugar donde la cabeza se encontraba con el eje. Sus muslos se estremecieron. Con los labios entreabiertos, soltó un gruñido y luego aspiró aire a través de los dientes. Seguiste moviendo tu dedo alrededor de su cabeza llorosa. De vez en cuando, tu mano descendía sobre su tronco hasta sus bolas y las acariciaste con diligencia.

El rostro de tu marido parecía estar complacido. Abrió más las piernas, casi de forma inconsciente mientras seguías bombeando su polla. Tus movimientos se volvieron más fuertes y rápidos. Se convirtió una lucha entre ambos: tú por hacerlo llegar a su orgasmo y él por no derramar su semilla antes de lo debido. Un volcán empezó a amenazarlo con estallar en cualquier segundo. Era inexperto en la práctica, pero conocía el arte de la alcoba. Lo había escuchado de otros nobles y lo había visto. Sin embargo, no había nada como tenerte encima de él y que lo acariciaras agonizantemente lento. Él lo quería. Él te quería. Tan mal que podía saborearlo.

La querida del dragón; Katsuki BakugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora