06 | EL PRÍNCIPE DE LOS DRAGONES

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Los tres dragones se detuvieron a leguas de la entrada del castillo y del más grande y de color escarlata, descendió el príncipe.

Bakugo miró a los guardias que lo esperaban con lanzas entre sus manos, evidentemente asustados. De entre todos, emergió Sir Aizawa y le ordenó a los guardias que bajarán sus armas.

— Es un honor tenerlo aquí después de tres largos años, majestad — anunció Aizawa, mientras se ponía a la cabeza.

— No parece ser que soy bienvenido — respondió Bakugo en Universal.

— Pensamos que era alguien más. Una disculpa — añadió. Bakugo gruñó y torció los labios.

— Deseo ver a su alteza, el rey — ordenó al mismo tiempo que caminaba hacia ellos. Los guardias susurraban entre sí, y el príncipe de los dragones sabía lo que decían porque a pesar de haber conquistado todo un continente y ser más rico que el mismísimo rey de los Nueve Reinos, nada cambiaba su naturaleza.

Era un salvaje de los pies a la cabeza.

La molestia se apoderó de su cuerpo, sin embargo, solo se limito a chasquear la lengua. Sir Aizawa se hizo a un lado en cuanto estuvo frente al rubio para dejarlo pasar, los guardias hicieron lo mismo. Se irguieron y pusieron en alto sus lanzas. La energía enemiga podía sentirla en cada poro de su piel desnuda mientras se dirigía a la entrada del castillo y era fácil de reconocer.

En cuanto sus tres dragones lograron convertirse en su forma humana, alcanzaron a su príncipe, quien ya se encontraba atravesando el umbral.

Más guardias lo esperaban en el interior, rodeando el jardín y forzosamente conduciéndolo por el pasillo de piedra que llevaba al salón principal.

Bakugo no rechistó, siguió caminando hacia el final. Una luz blanca casi cegadora le indico que había llegado al salón del Trono.

La luz del día y las cortinas moviéndose a la par del viento hicieron que el escenario se viera más grande.

Los guardias lo miraron con ojos amenazantes y las lanzas punzantes esperando el más mínimo error para levantarlas en su contra nuevamente.

Bakugo guardo silencio y fijo sus ojos en el hombre sentado sobre un trono de oro fundido. Su mirada de desprecio y desdén no cambió nada desde la primera vez que vino.

Sin embargo, no iba a dejarse intimidar por nadie.

— Que oportuna llegada — comentó con sarcasmo. Bakugo gruñó.

— No quería esperar ni un poco más para traerle mis obsequios — respondió lleno de sorna, mientras se inclinaba en una reverencia.

Sus hombres, quienes hace un momento eran dragones, traían consigo tres cofres grandes, a los que dejaron frente al príncipe y abrieron con sumo cuidado.

Su interior brillaba, repletos de joyas y oro que solo los soñadores se atreven a imaginar. Piedras preciosas tan escasas como la cosecha en invierno, estaba frente a sus pies, como regalo del príncipe de los salvajes.

Los sentimientos se mezclaron y por primera vez, el rey quería rechazar un obsequio tan valioso.

— Agradecemos el obsequio — irrumpió la reina, captando la atención del rubio. Una mujer elegante y llena de piedras preciosas como cualquier mina del Continente Perdido. Sin embargo, para Bakugo, su —supuesta— reina le parecía sin gracia y bastante aborrecible.

— Sin embargo, no creo que su visita sólo se limitará a entregarnos este valioso obsequio — refutó, con una mirada acusatoria.

Pero si algo tenía esta mujer es que era bastante lista. Más de lo que Bakugo quisiera.

La querida del dragón; Katsuki BakugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora