Lady Euthami Uraraka era la mano de tu madre. Su segunda al mando. Era la hermana del Señor de Alta Pradera y por ende, ocupaba una gran posición política. Tenía un preciado cabello castaño que siempre mantenía en un moño y siempre se hacían bromas acerca de sus sombreros tan estrambóticos. Era viuda y su única hija se había casado con un caballero.
Su vida no era muy maravillosa y por eso, le encantaba meter su abanico en dónde no le correspondía.
— Creo que voy a vomitar — te dijo mientras colocaba la palma de su mano sobre su boca.
— No es la primera vez que viaja en barco. No exagere.
Lady Euthami te dio una mirada de odio que solo te pareció pueril y graciosa, pero como no estabas de humor para molestarla un poco, decidiste irte de ahí.
— Creo que iré a cubierta. Necesito algo de aire — le comentaste a la rubia mientras te levantabas de tu asiento y caminabas por el pasillo hacia las escaleras de madera vieja. Subiste lentamente las escaleras hacia la cubierta del barco.
La brisa del ambiente te refrescó el rostro y te revolvió el cabello. Te abrazaste a ti misma mientras caminabas hacia el borde de la cubierta y miraste el alrededor. Las casas que estaban al borde del río eran humildes, hechas de madera, las calles estaban llenas de vida, con personas vendiendo cualquier tipo de productos y gente que pasaba por ahí. Los botes que pasaban al lado de tu barco se veían diminutos, llenos de mercancía valiosa para ellos. El canal era lo suficientemente ancho como para dejar pasar una gran embarcación, unos cuantos barcos medianos y miles de botes pesqueros.
Victoria del Rey siempre estaba activa en cualquier sentido posible. Una ciudad rodeada de una hilera de montañas gigantes en forma de círculo y con seis canales cruzando por toda la ciudad hasta el centro.
En cuanto la gente de las calles notaron la presencia de una embarcación imperial, no dudaron ni un segundo en correr a las orillas del río a saludarte.
Y tú, por supuesto, te alegro el día.
Se detuvieron en las bandas de metal que les impedía caer al río y te lanzaron flores.
Agitaste tu mano a todas las personas que te gritaban y te aplaudían, aunque fueran casi miles.
Miraste al centro de la ciudad dónde se levantaba el Castillo Blanco, el lugar dónde naciste y te criaste con tus hermanos y padres. Tu hogar.
— Princesa, llegaremos a la Calle de Oro y de ahí tomará un carruaje para llegar al Castillo Blanco — anunció Hafset.
Hafset. Un hombre de cabello marrón oscuro y barba y ojos saltones era el encargado de acompañarte durante tu travesía a tu hogar.
Era parte del Consejo Real y de la Casa de Contratación de los Nueve Reinos.
Deberías referirte a él como Lord, pero antes de cualquier título, fue el fiel sirviente de tu padre.
— Gracias, Hafset.
— ¿Se encuentra bien? — preguntó y te desconcertó esa pregunta.
— Supongo que sí.
Te acercaste al borde de la cubierta. Recargaste tus brazos sobre él, dejando que la brisa te mantuviera despierta y cuerda. Hafset se dispuso a lado de ti, observando el pasaje tan pueblerino que se alejaba lentamente.
— ¿No se siente abrumada? — insistió.
— Ya son tres veces que me pasa. En algún momento llegas a acostumbrarte.
— Me imaginó que todo su corazón se quedó con el difunto Keigo Takami — murmuró Hafset.
Tu corazón se estrujo en dolor al escuchar ese nombre.
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La querida del dragón; Katsuki Bakugo
Fanfiction➤ ❝ Después de cuatro matrimonios fallidos, la princesa imperial regresa triunfante a su hogar, resignada a vivir en soledad y esperando la inminente muerte de su hermano para subir al trono. Sin embargo, sus planes se ven arruinados cuando el magní...