14 | HACIA ROCA DRAGÓN

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La noche fue eterna. Durante toda la velada, te mantuviste despierta, atenta en que cualquier momento tu esposo decidiera cambiar de opinión y tomarte a la fuerza, pero para tu grata sorpresa, él durmió plácidamente. Tan así que aseguraste que sus ronquidos se escucharon hasta el continente de Arkhos. 

Cuando decidiste pegar el ojo, el sol apareció por tu ventana e iluminó tu habitación. Tu esposo se levantó de la cama, como si ya tuviera el horario establecido dentro de su cuerpo. Se estiró antes de abandonar el lecho. Escuchaste sus pasos descalzos por el suelo hasta que tomó una toalla y se metió dentro del baño. 

No tuviste tiempo para despertar completamente a tus sentidos para cuando las criadas irrumpieron en tus aposentos. El pequeño ejercito de mujeres logró hacer que te levantaras de la cama y las miraras cohibida. Te saludaron con el habitual "buen día, princesa" mientras algunas se encargaban de dirigirte al otro extremo de la habitación, en dónde se encontraba otro baño. Las demás parecían estar apuradas por empacar tus pertenencias. 

Al entrar al baño, la tina ya estaba lista. El agua desprendía un vapor agradable, las criadas no se tardaron en deshacerse de tu camisón y pronto, te encontraste como los Dioses te habían enviado al mundo. Metiste un pie dentro del agua. Te sentaste en la tina, permitiendo que el agua te mantuviera despierta.

— ¿Pasó buena noche, mi princesa? — preguntó una de las criadas. Sentiste que un chorro de agua descender por tu cabeza. 

— No...no realmente — confesaste, aferrándote a las orillas de la tina. 

— ¿Acaso el príncipe no está dotado? — cuestionó otra criada, que traía un par de toallas. Esbozaste una sonrisa.

— ¡Oh, claro que sí! — exclamaste, alegremente —. ¿No lo escucharon? Sus ronquidos se escuchaban hasta Roca Dragón. Lo dejé seco, mis señoras.

Las sirvientas se rieron por tu comentario. Te lavaron el cabello con esencias florales mientras que tu misma te tallabas el cuerpo con un paño y algo de jabón de avena. Una vez terminaste de enjabonarte, te lavaste el cuerpo con agua fresca y saliste de la tina. Las criadas envolvieron tu cuerpo en una toalla blanca para regresar a tu habitación.

Katsuki no se encontraba, por lo que inquiriste que ya se habría ido. Las sirvientas se apresuraron a vestirte. El atuendo de este día consistía en un vestido negro con rojo, bastante sencillo con mangas hasta los hombros y un escote en línea recta, que solo resaltaba tus atributos femeninos. Detestabas esos colores, pero eran los colores qje condecoraban el blasón  de los Bakugo. No tenías porque quejarte.

Ataron el cabello en una trenza y decidiste utilizar una tiara de oro antes de salir de tu habitación. Los guardias se inclinaron ante ti.

Tus ojos buscaron con ansía a tus dos caballeros juramentados, pero no lograste encontrarlos en las cercanías. Supusiste entonces que se encontraban ocupados en otros asuntos. Caminaste a través del pasillo hacia las grandes escaleras del castillo. Un pequeño estruendo te hizo girar la cabeza hacia el otro pasillo que se extendía a orillas de las escaleras. 

Observaste a algunas criadas al fondo, acompañadas por el estruendoso llanto de tu única sobrina y el oleaje del vestido verdoso de tu cuñada. Hacía mucho que no las habías tratado. Desde que se mudaron temporalmente a Agua Blanca, habías perdido mucho contacto con tu cuñada. Por lo que consideraste propio, ir a saludarlas antes de bajar a comer. 

La criada que sostenía a Aysu se veía fatigada, ni que decir de su propia madre. Tu presencia fue tan esclarecedora para las dos mujeres que ninguna hizo reparos en inclinarse ante ti.

— Princesa — murmuraron ambas. Observaste a tu cuñada. Lady Tsuyu había sido parte de tus damas cuanto cumpliste tu doceavo onomástico, posteriormente, fue comprometida con tu hermano cuando tenía quince lunas recién cumplidas. Siempre la habías visto como una mujer noble, amable y delicada de salud, fruto de sus múltiples abortos. 

La querida del dragón; Katsuki BakugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora