17 | MINHA

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Una gota de rocío cayó sobre tu piel. Luego, una más y otra cayó justo antes de que pudieras abrir los ojos. Debiste de suponer que algo así sucedería, ya que estaban en un bosque. Bizarro, dirías tú, porque era la primera vez que pasabas una noche conyugal en un lugar como aquel. De  cualquier forma, te levantaste y las sabanas cubrían tu desnudez. 

Cuando tus ojos se acostumbraron a la luz del día, notaste que estabas completamente sola. La magia de la noche anterior se había desvanecido junto con la presencia de tu marido. No te sorprendía, ni tampoco te importaba mucho. Los hombres eran criaturas egoístas y una vez que les dabas lo que querías, se marchaban. 

Te estiraste y luego diste un bostezo. Decidiste hacer a un lado las cobijas, las cuales cayeron al suelo. Estabas expuesta y tenías algo de hambre, sin embargo, aún tenías algunos restos de pintura por el cuerpo. El agua de las cercanías estaba siendo deslumbrada por el sol y pensaste que sería buena idea darte un remojón.

Ni siquiera te detuviste a pensar. Metiste tus pies dentro y eventualmente, tu cuerpo se sumergió en las cálidas aguas. Moviste los pies por debajo del agua, luego te sumergiste  dentro. Permitiste que el agua limpiará todas las impurezas de la noche anterior, casi como si fuera algo divino. Cuando el aire te faltó, saliste a la superficie y lo primero que observaste fue a tu marido. 

Katsuki ya estaba vestido con nuevas prendas, pero se había detenido a observarte con atención. Su mirada parecía estar ansiosa por mirar lo que se escondía debajo del agua.

— Pensé que me habías dejado a mi suerte, esposo — dijiste y nadaste hacia la orilla —. ¿O es que regresaste por un poco más de acción?

Las mejillas de Katsuki se tiñeron de rojo y giró la cabeza hacia el lado opuesto. Carraspeó audiblemente por la vergüenza.

— Debemos regresar — advirtió y levantaste una ceja.

— ¿Tan pronto?

— Ya pasó la noche de bodas — murmuró con la cara roja, aunque no podías apreciarla —. Lo debido es regresar al Palacio.

Dejaste salir un suspiro. Comenzaste a salir de las profundidades del agua, con las gotas resbalando por tu piel y tu marido tuvo que hacer un enorme esfuerzo por mantener su mirada fija en algún punto. No iba a permitirse ceder como la noche anterior. Jamás admitiría que le había fascinado la experiencia y que si en eso consistía engendrar un heredero, con mucho gusto dejaría que lo montaras de vez en cuando o quizás él podría aprender y tomar el control. 

Aquello fue directamente a su entrepierna.

Mientras él estaba en su lucha mental, te apresuraste a tomar las prendas del suelo y te secaste con una toalla de las cercanías. Te vestiste, tratando de alentar el proceso y provocar a tu marido, lo cual fue un éxito. Esbozaste una sonrisa al notar las orejas de Katsuki de color rojo de la vergüenza.

— ¿Ya terminaste? — cuestionó, impaciente.

— Sí, ya terminé.

Katsuki giró la cabeza y soltó el aire al verte completamente vestida. Te acercaste a él, dándole un último vistazo al que fue su nido de amor por una sola noche. Finalmente, seguiste a tu marido hacia la salida y te encontraste con el bosque en su efímeras primeras horas del día. También estaba Kirishima en su forma natural, plácidamente descansando sobre la hierba verde y la barriga hacia el cielo. 

No hiciste más preguntas, porque parecía ser muy evidente que tendrías que volverte a subir sobre los lomos de la bestia. Katsuki se acercó a su dragón mientras te mantenías detrás de él. Murmuró algunas palabras en seilekhi y Kirishima se despertó en cuestión de segundos.

La querida del dragón; Katsuki BakugoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora