La espalda todavía te ardía.
Las quemaduras no se habían desvanecido del todo. Tan solo caminar, te provocaba un dolor agudo que te hacía apretar los labios en un rictus de agonía. El vestido pomposo de color negro se cernía sobre cada curvatura de tu cuerpo y se adhería como una segunda piel. Tu esposo había insistido en que lo utilizarás. A sus palabras, quería que te vieras vistosa ante sus vasallos, justo como se esperaba que fuera la Señora de las Torres Oscuras.
El salón de baile se iluminaba tenuemente por los candelabros altos cuyas luces titilaban como estrellas atrapadas en la penumbra. Los muros de piedra negra, decorados con tapices oscuros y bordados con hilos plateados, reflejaban la opulencia de la conocida Corte Oscura que habitaba en ese lugar sombrío.
Las parejas, envueltas en trajes lujosos y pesados, se movían con una gracia casi etérea, sus pasos sincronizados en un ritmo lento y deliberado que parecía resonar con la misma estructura de las Torres. Las damas llevaban vestidos de terciopelo profundo, con joyas que brillaban suavemente como constelaciones escondidas, mientras los caballeros vestían casacas bordadas, con la insignia de sus linajes oscuros.
La música, tocada por un conjunto de músicos espectrales, era un murmullo de violines y clavecines, una melodía melancólica que flotaba en el aire como un susurro antiguo. La gente estaba demasiado ocupada bebiendo o bailando como para advertir tu presencia y tampoco es que quisieras que una multitud de damas se movieran alrededor de ti hasta el resto de la velada.
Llenaste de aire tus pulmones una vez más. Tu mano se aferró al cristal de la copa con demasiada fuerza y dejaste salir un gemido cuando alguien te empujó desde atrás.
—¡Oh, que descuidado! — exclamó detrás de ti. Sus dedos se deslizaron por la curvatura de tu cintura —. No fue mi intención, cariño.
Escuchar su voz ya no te provocaba miedo. Todo el temor estaba revocado en un profundo rencor. Te mordiste los labios cuando apretó tu cuerpo contra el suyo y tu mano tembló, queriendo lanzarle el vino al rostro.
—¿Aún te duelen? — cuestionó en voz baja —. Espero que sí. Es tu castigo por ser tan desobediente.
Su mano acarició tu mejilla con diligencia. Un toque cruel para alguien que era más perverso que cualquier otro. Apretaste los dientes para contener tu ira.
—Sonríe. Quiero que todos vean que mi esposa es feliz aquí.
Lejos de ser una sugerencia, se trató de una orden. Frunciste los labios, tratando de cumplir, pero sin éxito. Dejaste salir otro gemido de dolor cuando te palmeó la espalda. Oprimiste tus puños con fuerza hasta que la copa se quebró ligeramente. No lo suficiente, pero tu esposo lo notó. Dabi esbozó una sonrisa maliciosa y su mano envolvió tu cuello.
—Quiero ir al tocador — dijiste rápidamente.
Dabi, tu tercer esposo se río por lo bajo. Su mano desapareció de tu piel y terminó sobre la zona de tu trasero. Apretó con fuerza mientras mostraba sus dientes blancos.
—Ve.
Te dio una palmada más en el trasero y rechinaste los dientes por su horrible cinismo. Vio como te alejabas de su silueta, adentrándote en la multitud hasta que lograste pasar de largo a todas esas damas distinguidas que lo único que querían era un favor de tu marido. Llegaste al umbral dorado del tocador e hiciste a un lado la cortina de terciopelo morado.
La calidez de la habitación te golpeó el rostro y sentiste el corsé del vestido demasiado apretado. Te estabas asfixiando en ese lugar. Te llevaste una mano al pecho, tratando de respirar adecuadamente. Antes de ir al enorme espejo, lograste escuchar un leve sollozo en las esquinas negras.
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La querida del dragón; Katsuki Bakugo
Fanfiction➤ ❝ Después de cuatro matrimonios fallidos, la princesa imperial regresa triunfante a su hogar, resignada a vivir en soledad y esperando la inminente muerte de su hermano para subir al trono. Sin embargo, sus planes se ven arruinados cuando el magní...