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No era un sueño, ni una fantasía irreal que me mostrara lo que más deseaba. No era una pesadilla, no podía serlo, ni siquiera mi mente enferma sería tan cruel para mostrarme aquello que moría por tener. Estaba frente a mí y era real.

Jungkook. Era mi Jungkook, aquel hombre que era mi todo, mi vida, mi alma, aquel hombre que había intentado olvidar, que había intentado arrinconar para poder seguir respirando, pero era mi aire, mi razón de existir. Sabía que era demente, que era insano en más de un sentido, pero era la realidad, sin él sentía mi pecho vacío. Era el latido de mi existencia.

Estaba más cerca de lo que había nunca poder volver a desear, y aun así estaba demasiado lejos. Todavía no se había percatado de mi presencia. Quería admirarle, atesorar cada pedazo de su oscuro cabello, sus amplios hombros, sus brazos tensos, inclusos esas cejas que se fruncían mientras leía aquellos papeles frente a él.

Mi paso rompió el hechizo. Mi cuerpo, anhelante del suyo, se movió por voluntad propia. Su mirada se cruzó con la mía y el mundo se detuvo. La luz que se filtraba por la ventana y tenía la suerte de acariciarle, el aire a su alrededor que podía sentir su calor, la madera de la mesa sobre la que se apoyaba y podía disfrutar de su tacto, todo el mundo pareció aguantar el aliento ante el encuentro de nuestros ojos.

La aparente sorpresa inicial dio paso a la indiferencia. Dejó de prestarme atención para volver a leer aquellos documentos, y una nueva parte de mi corazón que no sabía que existía, se rompió.

Me quedé a un par de metros, si me acercaba más me echaría en sus brazos. Él seguía ignorándome, como si mi presencia allí no fuera más importante que la planta que dormitaba en la esquina. Tenerle ahí y sentir su indiferencia dolía como si respirara cristales. Debía disimular al menos para conservar algo de mi orgullo, pero no podía negarme aquella visión.

—¿Cómo estás? —me atreví a decir, aunque mi voz apenas se escuchó, ahogada de tantos sentimientos.

Me miró para apartar la mirada al instante hacia donde yo tenía la mía, hacia su hombro.

—Estoy bien, no quedaron secuelas —dijo escuetamente antes de regresar a su lectura.

Y tal como mi pregunta no se refería tan solo a la herida de bala, su respuesta no fue tan solo sobre esta. Estaba bien, tal vez había sufrido, pero había sanado, ya no sentía nada, ni por su herida ni por mí.

Notaba las lágrimas presionando tras mis cuencas, empujando por salir. Dolía, dolía tanto que quemaba. Ni siquiera me odiaba ya, no sentía nada, y eso era todavía peor. Me había borrado completamente de su vida.

Es lo que había deseado, que sanara, que fuera feliz, pero a veces, cuando tus sueños se cumplen, no son como creías. Una parte de mí quería estar contenta por él, pero otra se hundía, ¿ya no sentía nada por mí?

—No puedo —soltaron mis labios antes de que mi cerebro los detuviera —No puedo... yo... —me iba a derrumbar ahí mismo y no quería que él lo presenciara —Cuando acabes, regresaré.

Había soñado tantas veces con volver a verle, y en todas sabía que si existía la efímera posibilidad sería una agonía no poder tocarle, abrazarle, besarle, pero era una tortura mucho peor, ya que todo estaba aderezado con su indiferencia. Cada segundo a su lado era un puñal clavado en mi carne.

Caminé hacia la puerta, evitando correr, limpiando las lágrimas que ya habían comenzado a salir. Quería alejarme antes de que fuera demasiado tarde. Le pediría a Jimin que recogiera los papeles más tarde. Los firmaría, eran tan solo la confirmación de que aquello estaba muerto.

Ahora tan solo quería salir de allí, acurrucarme y llorar.

—¿Por qué lo hiciste? —su voz me detuvo.

La última apuesta (Trilogía Póker: 3) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora