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Caminar de regreso al comedor no fue simplemente dar un paso tras otro, aquello significaba mucho más. Iba un metro detrás de él, iba con un vestido que él me había proporcionado, que me exponía. Todo ello le otorgaba el poder, me hacía inferior. Era una declaración, le pertenecía, era su muñeca, su juguete, y todos podían verlo.

Observaba en la mirada de la gente que nos cruzábamos, tanto servicio como personal de seguridad, ese desprecio, ese modo de considerarme una propiedad más de su jefe. Era humillante.

Comí a su izquierda, no tenía la suficiente importancia para hacerlo a su diestra. Tragué cada bocado como estaba tragando mi orgullo. No le daría más motivos para llamar su atención, intentaría pasar desapercibida, indagando información que me pudiera ser útil, buscando un recoveco por el que escapar. Aunque quisiera pisotearme no lo conseguiría, ahora, más que nunca, tenía demasiados motivos para seguir viviendo, mi familia me esperaba, Jungkook me esperaba.

Cuando Romeo dio por finalizada la cena me escoltaron a mi habitación. Puede que la cárcel fuera bonita, pero eso no quitaba que estuviera recluida en ella.

Entré en ella y fui hasta el vestidor, no había querido saber de él, pero por ignorarlo no conseguiría nada. Indagué por entre las prendas, pero no encontré nada que pudiera ser cómodo, ni siquiera un pijama normal, todo eran camisones de seda y satén. Me puse uno de estos para dormir. Me sentí en una de aquellas películas subidas de tono. Tenía ganas de llorar, pero no lo haría, todos me habían pedido que fuera fuerte, y lo sería.

A la mañana siguiente me desperté cuando la puerta se abrió. Duncan entró sin miramientos, como si no fuera mi habitación, solo un espacio que ocupaba dentro de sus dominios.

—Te he traído la ropa interior que el jefe ha pedido.

Abrió la caja y sacó un sujetador blanco de encaje. No me moví, no iba a permitir que supiera lo que me incomodaba.

—¿Algo más? —dije despreocupada —Tengo que arreglarme para el desayuno.

Su sonrisa se parecía a la de Romeo, de superioridad, ladina. No le había engañado.

—Disfruta de tu uniforme.

No dijo regalo, ni siquiera ropa, lo llamó como lo que era, vestimenta que mostraba mi ocupación, ser el bonito complemento de Romeo.

Fui hasta la caja que había dejado. Por mucho que me lo hubiera asegurado, no habían traído ninguna de mis pertenencias, por tanto, no tenía nada más que ponerme que lo que allí había. Cogí lo primero que agarré y fui hasta el vestidor, me puse ese estúpido corsé y me miré en el espejo. El reflejo me mostraba una mujer a la que no reconocía, aquella no era yo. Me sentía sucia, daba igual lo que restregara mi piel bajo la ducha, la mirada de cualquiera de ellos me hacía sentir utilizada. Me daba asco todo aquello, pero por mucho que supiera que no tenía alternativa, no me sentía aliviada.

Me coloqué encima el vestido más cerrado que encontré, era corto, pero al menos no tenía escote. Salí al pasillo y caminé hasta el comedor. Nadie me acompañaba pero sabía que no estaba sola, a la vuelta de cada esquina había personal de seguridad, era imposible hacer un movimiento fuera de la vigilancia de aquel entramado. No había libertad, y les gustaba que lo recordara.

Esta vez cuando llegué Romeo ya se encontraba allí. Quería hacerme notar lo menos posible, y si pretendía aquello, tenía que hacer caso a sus deseos. Me senté en el sitio asignado, a su izquierda.

—Llegas tarde —dijo sin dejar de mirar la tablet que llevaba con él —Siempre debes llegar antes que yo, es absurdo que yo tenga que esperarte a ti.

Si decía lo que pensaba me metería en problemas, así que preferí callar, pero aquella no fue una mejor opción. Dejó lo que lo tenía tan entretenido, su mirada acusadora me taladraba.

La última apuesta (Trilogía Póker: 3) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora